Nave 9, Bilbao
Decían los antiguos panteístas que en realidad no existía
división alguna entre las divinidades y sus diferentes creaciones. Todos los
objetos y criaturas que pueblan el planeta son producto de una determinada
conciencia celestial, por lo que deberían reverenciarse de la misma manera. Eso
sucedería, por ejemplo, con la naturaleza, que se entendería como otra obra más
de Dios a la que respetar, e incluso idolatrar y aprender de ella, pues la
humanidad no se diferenciaría de cualquier otro animal. Sin rangos ni seres
superiores.
Tal doctrina se trasluciría de la personal propuesta de la
islandesa Sólveig Matthildur, componente del trío de post punk Kaelan Mikla y
que en sus aventuras en solitario da rienda suelta a los sintetizadores y a los
ambientes opresivos con cierto deje onírico de la escuela Björk. Las emociones
juegan asimismo un papel decisivo en su obra y en ocasiones se hace imposible
disociarlas de la música del artista, por eso no suele dudar en presentar las
canciones que va a tocar, como si aquello fuera una especie de diván
psicológico ante la mirada atenta de un desprejuiciado respetable.
Para lo inusual de la velada muchos curiosos se acercaron hasta la Nave 9 en plena jornada laborable, lo hemos dicho ya varias veces, pero nunca nos cansaremos de subrayar el carácter inusual de estas citas que suelen suceder por estos lares casi cada año bisiesto. Si ver por aquí grupos de post punk es de perros verdes, no digamos ya apostar por el rollo atmosférico o ambient de una atormentada escandinava. Delicatesen total.
Muy en la sintonía del acto principal se antojaban también
las locales Serpiente, un trío de
jovenzuelas que transita la senda de Joy Division aderezada con algo de poso
siniestro. Han mejorado bastante desde que coincidiéramos con ellas por primera
vez, pero todavía resulta muy complicado no acordarse de Belako al escuchar la
voz etérea de su cantante parapetada tras el teclado, aunque la herencia de
Cocteau Twins parece que también anda por ahí. Sigo pensando que les falta
quizás algo más de garra a la hora de interactuar con el respetable, pero si
uno se encuentra ese día, o todos, en plan antisocial, es fácil pillarles el
punto. Misantropía musical.
Serpiente y su euskal wave. |
Con una especie de tocado con trenzas que reforzaba su
apariencia mística se presentó Sólveig
Matthildur igual que si aquello fuera la sesión de un psicólogo, como ya
hemos dicho. No tardó en relatarnos sus traumas interiores y hablar sobre la
necesidad de perdonarse a uno mismo antes de confesar que en el pasado se había
“dañado mucho” y que esa era la razón
de sus “heridas”. Todo ello bajo un
manto vaporoso en plan Björk, aunque también se podía percibir la elevación
inherente de otros combos de su tierra tipo Sigur Rós. Música para retirarse a
un monasterio alejado del mundanal ruido.
Había que meterse de lleno en una suerte de viaje
introspectivo para apreciar de veras aquello, pese a que se nos hizo más
entretenido de lo que esperábamos. Más que nada porque ese formato a lo
cuentacuentos de explicar cada canción aportaba cierto dinamismo, por muy paradójico
que parezca. “Dystopian Boy”, por ejemplo, trataba de aceptar la pena por haber
finalizado una relación y del principio y final que caracteriza ese proceso.
Una purga de males en la que se va abriendo paso incluso un diminuto halo de
esperanza.
“Unexplained Miseries, Part III” abrió el camino colindante
con el cold wave o los The Cure más atmosféricos mientras la chica aportaba
aire teatral a su interpretación arrodillándose como si realmente se estuviera
deshaciendo de malos espíritus. Hubo oportunidad de acordarse de su terruño con
un corte con una parte en islandés que se asemejaba a una fantasmagórica
canción de cuna. Cuentos de hadas para mayores, incapaces de entender por los
retrasados emocionales que tanto pululan en la actualidad.
Llegados a cierto punto, no quedaba claro para quién de los
dos resultaba más beneficiosa la velada, si para la artista, por su voluntad de
exorcizar demonios sin tener que sentarse en un diván, o para el respetable,
por la desorbitante paz que transmitía y que la convertía en todo un ejemplo de
superación personal. Superar una ruptura sentimental sin atisbo de ira o de mal
rollo, monumento ya.
Las barreras culturales de vez en cuando chocaban, como
cuando al finalizar el show pidió a los asistentes que le hablaran “si les apetecía”, quizás por aquellas
latitudes tan elevadas no se lleve demasiado eso de interactuar con humanos y
uno pueda pasarse meses o años sin dirigir la palabra a sus semejantes. No
había problema, aquí lo normal es que el personal confraternice después de los
conciertos, algunos incluso alcanzan extremos que bordean la vergüenza ajena.
Aguantar lo indecible, pocas cosas pueden resumir mejor la idiosincrasia
patria.
Pues lo cierto es que este curioso plan resultó bastante más
dinámico de lo que barruntábamos, no nos aburrimos en ningún momento, levitamos
entre letanías y ejercicios de sanación de heridas a la par que admirábamos la
admirable entereza de esta islandesa que confiesa sentirse más en conexión con
su entorno que con sus habitantes bípedos. Amor por la naturaleza en vena.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario