lunes, 10 de diciembre de 2018

SÓLVEIG MATTHILDUR: AMOR POR LA NATURALEZA


Nave 9, Bilbao

Decían los antiguos panteístas que en realidad no existía división alguna entre las divinidades y sus diferentes creaciones. Todos los objetos y criaturas que pueblan el planeta son producto de una determinada conciencia celestial, por lo que deberían reverenciarse de la misma manera. Eso sucedería, por ejemplo, con la naturaleza, que se entendería como otra obra más de Dios a la que respetar, e incluso idolatrar y aprender de ella, pues la humanidad no se diferenciaría de cualquier otro animal. Sin rangos ni seres superiores.

Tal doctrina se trasluciría de la personal propuesta de la islandesa Sólveig Matthildur, componente del trío de post punk Kaelan Mikla y que en sus aventuras en solitario da rienda suelta a los sintetizadores y a los ambientes opresivos con cierto deje onírico de la escuela Björk. Las emociones juegan asimismo un papel decisivo en su obra y en ocasiones se hace imposible disociarlas de la música del artista, por eso no suele dudar en presentar las canciones que va a tocar, como si aquello fuera una especie de diván psicológico ante la mirada atenta de un desprejuiciado respetable.

Para lo inusual de la velada muchos curiosos se acercaron hasta la Nave 9 en plena jornada laborable, lo hemos dicho ya varias veces, pero nunca nos cansaremos de subrayar el carácter inusual de estas citas que suelen suceder por estos lares casi cada año bisiesto. Si ver por aquí grupos de post punk es de perros verdes, no digamos ya apostar por el rollo atmosférico o ambient de una atormentada escandinava. Delicatesen total.


Muy en la sintonía del acto principal se antojaban también las locales Serpiente, un trío de jovenzuelas que transita la senda de Joy Division aderezada con algo de poso siniestro. Han mejorado bastante desde que coincidiéramos con ellas por primera vez, pero todavía resulta muy complicado no acordarse de Belako al escuchar la voz etérea de su cantante parapetada tras el teclado, aunque la herencia de Cocteau Twins parece que también anda por ahí. Sigo pensando que les falta quizás algo más de garra a la hora de interactuar con el respetable, pero si uno se encuentra ese día, o todos, en plan antisocial, es fácil pillarles el punto. Misantropía musical.  

Serpiente y su euskal wave.
 Con una especie de tocado con trenzas que reforzaba su apariencia mística se presentó Sólveig Matthildur igual que si aquello fuera la sesión de un psicólogo, como ya hemos dicho. No tardó en relatarnos sus traumas interiores y hablar sobre la necesidad de perdonarse a uno mismo antes de confesar que en el pasado se había “dañado mucho” y que esa era la razón de sus “heridas”. Todo ello bajo un manto vaporoso en plan Björk, aunque también se podía percibir la elevación inherente de otros combos de su tierra tipo Sigur Rós. Música para retirarse a un monasterio alejado del mundanal ruido.

Había que meterse de lleno en una suerte de viaje introspectivo para apreciar de veras aquello, pese a que se nos hizo más entretenido de lo que esperábamos. Más que nada porque ese formato a lo cuentacuentos de explicar cada canción aportaba cierto dinamismo, por muy paradójico que parezca. “Dystopian Boy”, por ejemplo, trataba de aceptar la pena por haber finalizado una relación y del principio y final que caracteriza ese proceso. Una purga de males en la que se va abriendo paso incluso un diminuto halo de esperanza.

“Unexplained Miseries, Part III” abrió el camino colindante con el cold wave o los The Cure más atmosféricos mientras la chica aportaba aire teatral a su interpretación arrodillándose como si realmente se estuviera deshaciendo de malos espíritus. Hubo oportunidad de acordarse de su terruño con un corte con una parte en islandés que se asemejaba a una fantasmagórica canción de cuna. Cuentos de hadas para mayores, incapaces de entender por los retrasados emocionales que tanto pululan en la actualidad.

Llegados a cierto punto, no quedaba claro para quién de los dos resultaba más beneficiosa la velada, si para la artista, por su voluntad de exorcizar demonios sin tener que sentarse en un diván, o para el respetable, por la desorbitante paz que transmitía y que la convertía en todo un ejemplo de superación personal. Superar una ruptura sentimental sin atisbo de ira o de mal rollo, monumento ya.

Las barreras culturales de vez en cuando chocaban, como cuando al finalizar el show pidió a los asistentes que le hablaran “si les apetecía”, quizás por aquellas latitudes tan elevadas no se lleve demasiado eso de interactuar con humanos y uno pueda pasarse meses o años sin dirigir la palabra a sus semejantes. No había problema, aquí lo normal es que el personal confraternice después de los conciertos, algunos incluso alcanzan extremos que bordean la vergüenza ajena. Aguantar lo indecible, pocas cosas pueden resumir mejor la idiosincrasia patria.

Pues lo cierto es que este curioso plan resultó bastante más dinámico de lo que barruntábamos, no nos aburrimos en ningún momento, levitamos entre letanías y ejercicios de sanación de heridas a la par que admirábamos la admirable entereza de esta islandesa que confiesa sentirse más en conexión con su entorno que con sus habitantes bípedos. Amor por la naturaleza en vena.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


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