Pub El Mendigo,
Barakaldo
Siempre suele hablarse acerca de la suma importancia de
estar en el lugar adecuado en el momento preciso. Una decisión que en la
mayoría de ocasiones obedece más bien al puro azar en vez de a un plan
premeditado, por lo que alabemos una y otra vez los espectaculares giros del
destino, esos que parecen un guión cinematográfico escrito por un mago del
suspense y que sorprenden por su glorioso e inesperado final. Y entonces uno se
pellizca para comprobar que aquello es real, lo asimila y en pleno arrebato
hippie agradece su plena existencia y se siente en comunión total con sus
congéneres. El mundo puede ser maravilloso.
Si en algún sitio debería estar irremediablemente cualquier
periodista musical decente que ande por estos lares, ese era la despedida de
los escenarios de Sumisión City Blues, una de las mejores bandas surgidas en
los últimos tiempos y que han aportado todo un soplo de aire fresco al panorama
por su macarrismo y sensibilidad incendiaria en una época donde domina más que
nunca la dictadura de lo políticamente correcto, esa que te dice de lo que
puedes hablar y de lo que no. Pero no es necesario que se trate al personal
como borregos sin criterio, que cada cual elija la música que resuene en sus
oídos.
A algunos nos llaman los garitos de mala muerte, el humo de
tabaco, las mujeres fatales y las drogas por su capacidad tanto destructiva
como inspiradora. Un cóctel aderezado por todos los parias de la sociedad y que
aquí encuentran un refugio a salvo de inclemencias y del señalamiento continuo
al que se somete a los que se salen del redil. Frente a las grandes superficies
sin alma y los establecimientos de diseño que provocan repelús, las tiendas
humildes de siempre y los antros de perdición que atesoran entre sus paredes
historias dignas de ser contadas.
Hace falta cierta dosis de descaro para subirse a un
escenario y de eso Tiparrakers andan
más que sobrados con un vocalista frenético que hasta se atrevió a meter los
dedos en el cubata de un seguidor de las primeras filas. En lo musical, se
movían entre Turbonegro o los equivalentes locales Porco Bravo o Negracalavera
y no se cortaron a la hora de aconsejar a los fieles que “cada uno elija su camello” en pleno arrebato nihilista o que su
disco era gratis “para policías, jueces y
políticos con deficiencia mental”. Todo un festín de incorrección con solos
al tuétano y estribillos para corear a pulmón tipo Nuevo Catecismo Católico.
Fan desde ya.
Tiparrakers partiendo la pana. |
Quedarse indiferente tras un bolo de Sumisión City Blues debería tratarse como una especie de
minusvalía. Y más si se arrancan con un “Bama Lama Bama Loo” de Little Richards
a tope de revoluciones y que cursó idéntico efecto al de un chupito de
aguardiente en el organismo. Un pelotazo para ponerse a tono antes de
sumergirse en otras sustancias, caso de “Charco de luz” y su rock n’ roll
punkarra de jeringuilla. Y otras drogas más perniciosas para la salud mental
también hicieron su aparición en “No pensaba en ti”, previamente a que Pela
aludiera al irremediable final de la banda: “Sumisión
City Blues desaparecerá, y Tiparrakers también, que lo han prometido, y como
buenos españoles seguiréis teniendo un rey”.
Toda una lección de cómo presentar un tema homónimo tras un
arranque brutal y con la peña desatada desde el inicio. El villancico macarra “Nochebuena en la
ciudad” era un claro ejemplo de ello con las gargantas de los fieles cantando “Y las calles me envenenan…”, no en vano
en alguna ocasión han afirmado sentirse inspirados por la música americana pero
con “la perspectiva de las calles de
Euskal Herria”. El océano atlántico, una barrera sin importancia.
Elevaron la temperatura con “Nadie te ayudará” y el puro
canalleo noctívago de “Insomnio”, con guitarras a lo The Hellacopters y un poso
incendiario en las letras digno de Pablo Und Destruktion. Y al grito nihilista
de “todo lo que nace, muere”, el
himno mayúsculo de “Obedece” pudo dejar planchado al personal por su
contundencia. Una explosión que ha servido otras veces para finiquitar
recitales de altura.
El amor de garito de “Solo Tú” valió para seguir entrando en
materia y ponerse más tontorrón en “Pastillas de jabón envueltas en toallas”,
que también contó con otro comentario políticamente incorrecto de Pela: “Tranquilos, en Euskadi tenemos a la
Ertzaintza y aquí no se tortura”. “La guerra” afianzó de forma inamovible
las posiciones y sin perder la esperanza “Mundo mejor” legó una de las mejores
interpretaciones de la velada, con Joseba regodeándose en los punteos mientras
Pela se lanzaba al público cual Iggy Pop, hacía tiempo que no veíamos nada tan
salvaje. Un gesto que no tardó en ser emulado por algún espontáneo.
“Beirut City Boogie” era otro de los cañonazos
imprescindibles en directo, por lo que no se hubiera entendido una despedida
sin su inclusión. Y hasta un porche sureño nos transportamos en “Saben todo de
ti”, con el preceptivo slide y Pela
sentado al borde del escenario. “El efecto demacración” siguió haciendo mella
como la primera vez que les vimos, antes de que se acordaran en “Mi crucifixión”
de los parroquianos locales de El Tubo, mítico garito rockero de la margen
izquierda.
Y “Las víctimas del chacal” devino en otro duelo
guitarrístico que tuvo más de acto sexual consensuado entre dos partes que de
virtuosismo onanista indiscriminado. Pela continuó envalentonado en la arena
política con alusiones al antaño “lehendakari
López” y no dudaron en proclamarse ellos mismos “lehendakaris vitalicios”, un título con bastante más fuste y
legitimidad que el de Guaidó en Venezuela.
El ritmo funky de
“Mentira” propició más vuelos entre la multitud y las palabras de “Fuego, hijos de puta, desalojen el garito”
no hacían referencia a ninguna emergencia, sino a la espectacular revisión de Martha
and The Vandellas que se cascan, puro soul macarra con clase. “Ha llegado el momento de la última pelea…”,
entonó Pela en alusión a “Que corra la sangre” de Eskorbuto y lanzó una
pregunta a la concurrencia: “¿Cómo
preferís que acabemos la carrera de Sumisión City Blues? ¿Sentados o cagándola?”.
La disyuntiva se solucionó rápidamente con “Suicida I & II”, un evangelio
de autodestrucción ideal para finiquitar una trayectoria fulgurante como la
suya. Un instante memorable con la épica segunda parte que acabaron enlazando
de nuevo al “Bama Lama Bama Loo” de Little Richards y así cerrar el círculo por
todo lo alto.
Una fiestón de envergadura con pogo total en las primeras
filas, peña volando y hasta el propio guitarrista Joseba punteando entre la
afición. Imposible dar carpetazo a una historia con mayor dignidad. No abundan
los grupos de su rollo que combinen con tanta precisión la furia punk con el
sabor vetusto del soul, blues o rock n’ roll, por lo que se les echará de
menos, confiemos en que solo se trate de un tiempo de parón. De momento, se han
ganado a pulso el título de lehendakaris vitalicios. Y no creemos que les
arrebaten la makila.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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