Nave 9, Bilbao
Frente a la rabia nihilista con ganas de arrasar todo lo que
se encuentre a su paso, siempre convivió una vertiente más desenfadada del punk
que no se hacía tanta mala sangre y buscaba simplemente divertirse, acelerando
las revoluciones, eso sí, y evocando el glamour y la elegancia de aquellos
pioneros del rock n’ roll en los que también se fijó el movimiento glam. La cara
malhumorada a veces también necesita descansar, por muy combativo que sea uno.
Entregarse a la inmediatez del momento y no comerse tanto la cabeza.
De eso van precisamente las neoyorquinas Baby Shakes, que en
un peculiar batiburrillo funden un amplio espectro que abarca desde Ramones o
Slade hasta los grupos de chicas de los sesenta o el rock n’ roll clásico, en
definitiva, casi un compendio de lo que más mola en el mundo de la música.
Aquello que levantaba pasiones en su época y que todavía a día de hoy sigue
provocando piel de gallina.
Un nicho en el que ya han conseguido editar tres redondos,
aparte de compartir escenario con leyendas del calibre de Iggy Pop o The Boys y
giras por Europa, EE UU, China o Japón. De hecho, hace unos añitos ya les vimos
en la capital vizcaína y entonces nos epataron de tal manera que apuntamos la fecha en rojo en cuanto tuvimos constancia de su regreso. Una tarde de
domingo parecía un instante más que propicio para sumergirse en su mundo
multicolor de sonidos almibarados pero no exentos de actitud y pegada.
Con taconazos, medias de rejilla y un cierto aire vintage que por sus peinados evocaba
gloriosas décadas pasadas, Baby Shakes iniciaron
la fiesta con “Do What You Want”, ideal para poner a cualquiera a tono y
meterlo de inmediato en su rollo. No tardaron en arremangarse y revolcarse por
el fango del rock n’ roll canalla en “All The Pretty Things” antes de
entregarse en “Baby Blue” a melosas melodías de las que no salen de la cabeza
ni con aguarrás. Y los guateques de antaño rememoraba un “Summer Sun” que si
fuera en castellano podría haber pasado por un tema de Los Nikis o Airbag. El
furor por el verano, la eterna inspiración para los discípulos de los Ramones.
Sin pausa que valga y casi como si las estuvieran
persiguiendo, se fueron ventilando el repertorio a una velocidad supersónica
que si te descuidabas un rato, ya te habías perdido una parte importante. Nos
avisaron además de que intercalarían canciones nuevas de un próximo cuarto
trabajo que saldrá en algún momento del 2019 y hasta tuvieron tiempo de
acordarse de catálogos ajenos como en el “Heart Of The City” de Nick Lowe, que
por la forma frenética en que la tocaron podría pasar por una composición suya.
Llevaban un perfume intenso en lo musical, vaya.
Había tal ambientazo en el interior de la Nave 9 que hasta
algún curioso de paseo dominical se paró frente a la cristalera para hacer
fotos con el móvil de lo que allí sucedía encima del escenario. Pero ellas no
se cortaron en absoluto, la guitarrista oriental incluso le ofreció algunas
posturitas para la posteridad mientras seguían a su bola, desgranando un
retahíla anfetamínica capaz de quitar la tontería a cualquier aletargado.
“Turn It Up” engatusaba por su tono animado cercano al power
pop y en “Crazy” nos vinieron a la cabeza los Pantones, en especial por la voz
de chicle de su guapísima cantante, otro combo dulzón cual piruleta. Y sin
tener en cuenta a los cansinos guardianes de la moral contemporánea, nos
atreveríamos a decir que sonaban igual que estaban. Tremendas.
El sueño se esfumó, eso sí, de un plumazo, sin apenas haber
llegado a la hora de rigor. Hubo que exigir el regreso a grito pelado, ya nos
advirtió Txarly, el dueño del garito, que “si
no hay ruido, no hay bis”. Y lo cierto es que su vuelta desde luego que
mereció la pena con unas apabullantes “Today Your Love, Tomorrow The World” y
“Rockaway Beach” de los Ramones, interpretadas asimismo a toda mecha a una
velocidad vertiginosa. No nos podrían conquistar de mejor manera. Esto sí que
fue un acto de amor.
“No todo está perdido”,
arengó Txarly a la concurrencia cuando se retiraron por segunda vez. Y el
jolgorio imperante debió de surtir efecto porque se subieron de nuevo a las
tablas para otra pieza novedosa, si no nos equivocábamos. Estuvo guay que se
dejaran contagiar por el entusiasmo de la parroquia, pero quizás lo suyo
hubiera sido terminar con galones recordando a Joey, Johnny y compañía. Todo lo
que viniera después sería accesorio o irrelevante. Una propinilla después del
plato suculento. Pero se acepta, claro.
De lo que no cabe duda alguna es de que siguen
manufacturando un algodón de azúcar de primerísima calidad con ingredientes de
la categoría de los antes mentados o de las Ronettes, entre muchos otros. Un
puré bien triturado sin hebras ni otros elementos indigestos. Para repetir y
hasta darse un atracón.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO
VILLAESCUSA
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