Kafe Antzokia, Bilbao
Hay
gente que se transforma por completo en cuanto sube a un escenario. Tipos que a
veces son muy poquita cosa en su vida diaria y que parecen incapaces a priori
de irradiar esa pose carismática reservada a los grandes de verdad, esos cuya
apabullante presencia no requiere carta de presentación. Pero si algo enseñó el
punk, aparte de que la mayoría de la música lo único que necesita es mayor
volumen y actitud, es que cualquiera posee el potencial interior para epatar en
alguna vertiente sin certificado que lo acredite. La democratización al poder
frente a los viejos carcamales aferrados a su posición por los siglos de los
siglos.
Con
su pinta de gafapasta del rock n’ roll, a medio camino entre Elvis Costello y
Buddy Holly, el veterano de la escena de Nashville John Paul Keith quizás nunca
consiga llamar demasiado la atención. Eso cambiará de un plumazo en cuanto coja
la guitarra y uno le escuche tocar con el sentimiento de las figuras más
laureadas del género y con la actitud de un punki que no cree en dar palmas y
otras formas de perder del tiempo para hacerse el simpático y aboga mejor por
encadenar temazo tras temazo sin pausa que valga hasta el desfallecimiento. A
la vieja usanza.
Ante
una afluencia respetable para tratarse de un día entre semana, el discreto
cantautor John Paul Keith revalidó
desde el comienzo ese magisterio que impartió en el festival Azkena del 2015 y
que dejó a buena parte del personal boquiabierto. De hecho, ese era uno de los
motivos por el que nos acercamos esa noche hasta el Antzoki y no salimos en
absoluto defraudados. Siempre conviene hacer caso a la intuición.
“Never
Could Say No” rememoró a Springsteen lejanamente, en especial por el brío que
le insuflaba este hombre a la pieza, antes de ponerse en modo country con “You
Devil You” sin apartarse del álbum ‘The Man That Time Forgot’. Y “Something So
Wrong” se nos antojó el primer pico de la noche por volver a escarbar de nuevo
en el legado de Nueva Jersey, aparte de por la incontestable habilidad de Keith
para dotar de magia a esas composiciones con características de clásicos
atemporales.
“Anyone
Can Do It” echó la mirada atrás hasta el poeta de los corazones solitarios Roy
Orbison. Y en la balada “901 Number” coqueteó sin disimulo con el pop, pero sin
perder la dignidad, no en vano incluso las canciones más delicadas adquirían en
las distancias cortas una clase impagable. Era evidente que el álbum ‘The Man
That Time Forgot’ debía constituir una piedra angular en su trayectoria, pues
no dudó en rescatar también la springsteeniana “Bad Luck Baby”. Una delicia.
El
norteamericano además se rodeó de unos compis muy competentes, como un batería
con buena pegada, aunque en ocasiones demostraba la versatilidad suficiente
para acometer temas relajados tipo “Ain’t Letting Go Of You”, más munición para
corazones rotos. Y si en un instante casi se te podía caer la lagrimilla por el
rabillo del ojo, era factible que al siguiente se desmelenaran con un rock n’
roll añejo con alaridos y solos al tuétano. Aquí no se ponían diques al
salvajismo.
Seguimos
pensando en Roy Orbison con “Everything’s Different Now” antes de que retomaran
ritmos campestres en “Let Me Be Sweet To You” del proyecto paralelo de Keith,
Motel Mirrors. “Lookin’ For A Thrill” animó a la peña previamente a que
soltaran una de arena con “Little Bit Of Loving”, otra agradable tonadilla para
perdedores en el terreno sentimental. El poso incendiario a lo Jerry Lee Lewis
sobresalió en “Do You Really Wanna Do It?” y no descuidaron la ortodoxia
vetusta con “All I Want Is All For You”, una pieza bailonga con ínfulas
crepusculares en plan el Edwyn Collins de “A Girl Like You” y el rollito
animado de “Oh, Pretty Woman”.
La
más mínima tentación de retirarse de escena era recibida con estruendosos
aplausos, por lo que no tardaron en regresar con “Leave Them Girls Alone”, pura
artillería pesada que evocaba locomotoras y largos viajes por carreteras
inhóspitas. Y “Miracle Drug” podría servir para cantar a la ventana de una moza
como si estuviéramos en una peli a lo ‘Grease’, romanticismo del de antes de
que existieran los supermercados de carne tipo Tinder.
Con
esa facilidad pasmosa para cambiar de tercio, Keith se arrancó con “Baby, We’re
A Bad Idea”, que puso a la peña a dar palmas con su aire noctívago y esos
punteos que se clavaban en el alma, al tiempo que aprovechó para presentar a la
banda. Había cumplido más que de sobra, pero todavía volvió a las tablas con un
“If You Catch Me Staring” en el que intercaló el “Lucille” de Little Richard,
algo muy apropiado, pues su estilo bebe también en demasía de este pionero del
rock n’ roll. Y “Afraid To Look” sirvió para finiquitar la sesión con un tono
más contemporáneo que no le alejaba en absoluto del Bryan Adams rockero.
Cada
cierto tiempo suelen surgir artistas con una magia inefable, que parecen
provenir de otra dimensión o un mundo ajeno en el que no importan las cifras de
ventas o la cantidad de seguidores en redes sociales. Señores que no destacan
por ser los más guapos o los más chistosos, sino por formar parte de esa
jerarquía del talento que no se suele prodigar tan a menudo. Auténticos
aristócratas de los corazones solitarios que merecerían hasta reverencias. John
Paul Keith es uno de ellos.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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