Muelle, Bilbao
Quizás
la música depresiva pueda tener mayor profundidad o alguna otra cualidad que
nos atraiga irremediablemente hacia esa fosa abisal de miseria absoluta. Por
algo decían Carl Gustav Jung y tantos otros que la soledad era adictiva y de
ahí a regodearse en tristezas varias tampoco hay demasiada distancia. Pero en
todo malditismo siempre debería haber un rayo de luz, algo que nos propulse a
levantarnos del asiento y encontrar cierto sentido en todo esto, por mucha
ponzoña que nos invada. Un chute de optimismo multicolor es recomendable de vez
en cuando.
Tal
actitud representan hasta la médula Los Fresones Rebeldes con su almíbar
desatado en vena, su ñoñería calculada y unas letras de puro candor que en
ocasiones no son tan inocentes como parecen. Surgidos a mediados de los
noventa, en plena eclosión del fenómeno indie en la península, eso no les
impidió incorporar otras influencias de géneros tan dispares como el garaje, el
punk o la new wave ochentera. Un conglomerado aderezado de una alegría
desbordante que a veces se torna hasta insultante.
Un
ejemplo de esto último sería esa sonrisa perpetua que lució la cantante Ana en
el primero de los dos bolos de Los
Fresones Rebeldes en el Muelle de Bilbao. Una cita plagada de mucha
juventud y chicas guapas que petaron las filas delanteras e insuflaron
ambientazo al garito cantando unas piezas que con el paso de los años casi se
han convertido en himnos intergeneracionales, tonadillas que nos llevan a pensar
en lo plácida que era la existencia sin redes sociales ni chorras que se
ofendieran a la mínima. Puede que haya incluso un matiz conservador en todo
esto, pero ¿a quién le importa?
Como
si vinieran de otra dimensión espacio-temporal previa a la aparición de las
nuevas tecnologías, abrieron de un plumazo su tarro de esencias multicolor con
“Esa chispa”. Y su vocalista no tardó en resaltar las “caras bonitas” de los asistentes tras interpretar el tema homónimo.
Pese a que aquello tampoco estuviera a reventar hasta el punto de no poderse ni
mover, algo que agradecimos enormemente, la parroquia estaba más que motivada y
diría que incluso ganada a la causa de antemano. Imposible atreverse a sacar
pegas ante tanto derroche de optimismo.
La
eterna añoranza por la época estival irrumpió en “El mensajero del verano” y
resulta complicado resistirse al candor que desprende “Suave” o “Mi primer
amor”, sentimientos sinceros que no proliferan en tiempos de artificiales
mercados de carne y plataformas de prostitución encubiertas. Las voces
excesivamente infantilizadas de la versión en estudio se recuerdan en “Si no lo
vas a decir”, aunque en directo consiguen un efecto similar.
En
“Algo hay” tenemos más algodón de azúcar para regalar, mientras que “¿Tienes
novia?” podría asemejarse a esas historias de amor adolescente que cantaban
allá por los 60 The Ronettes o The Shangri-Las. Otro testimonio añejo que
pertenece a una época en la que no se planteaba ni el poliamor ni zarandajas
semejantes. Relaciones serias, nada de rollos esporádicos. Si tuvieran un
programa electoral, este sería sin duda uno de los puntos fuertes.
“El
Talgo del amor” posee asimismo mucho de hoja parroquial y uno no puede evitar
maravillarse ante tanto sentimiento naif,
sobre todo en ese mismo título que alude a un histórico medio de locomoción que
hoy en día suena prehistórico si lo comparamos con los trenes de alta velocidad
y demás. Ya no volverán esos vagones de color verde campo de concentración.
Presentaron
“Un domingo de sol” como una composición surgida en un tiempo convulso de
cambio de vocalista y fue recibida con bailoteos entre las féminas. La voz
cazallera del guitarrista Felipe nos sacaba del mundo de ensueño para añadir
alguna explicación acerca de lo que iban a tocar, pero no tardábamos en
regresar al país de la piruleta en cuanto la cantante entonaba la primera
estrofa. Hubo incluso nota política cuando el líder de las seis cuerdas afirmó:
“Urdangarin, la Infanta, los del
Procés...todos dicen lo mismo: “Soy inocente””. Una ocasión de oro en la
pieza homónima que no desaprovecharon para lanzar pullas.
La
recta final reincidió en los amores púberes en “Medio drogados” y el momento
culmen llegó, como era de esperar, con “Al amanecer”, que a día de hoy sigue
desatando gargantas en garitos y que esta vez provocó hasta un pogo mixto
mientras las voces se elevaban hasta la estratosfera. Después del subidón, las
peticiones de bises eran estruendosas y, por limitaciones de horario, hubo que
pedir permiso a los responsables del establecimiento, que concedieron casi de
inmediato, por lo que se arrancaron con la ramoniana “¿Por qué me tengo que
enamorar?, que en realidad es una adaptación del “Teenager In Love” de Dion
& The Belmonts.
Y
no podría haber mejor broche que recordar al inmortal combo de Queens con “Rock
N’ Roll High School”, algo que no esperábamos ni de lejos, por mucho que gran
parte de su repertorio se asemeje a una especie de Ramones a cámara lenta. Ahí
ya nos terminaron de ganar para la causa. Incontestable. El argumento
definitivo.
Por
mucho que uno se confiese adicto a los grupos nihilistas o que desprendan
miseria a borbotones, siempre habrá espacio para una sobredosis de arcoíris o
buenrollismo del bueno, de ese que no da la murga con refugiados o con asuntos
políticamente correctos para conseguir la palmadita en la espalda de turno.
¿Acaso puede haber algo más provocador hoy en día que hablar del puro amor y de
las relaciones duraderas?
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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