Nave 9, Bilbao
Que la transgresión siempre tuvo que ver con ser un poco
friki lo avalan múltiples ejemplos dentro del punk. Allá por finales de los
setenta, los escoceses The Rezillos ya se distanciaron del resto de sus contemporáneos
con un enfoque más accesible y cercano a la new wave que abominaba del
nihilismo incendiario en pos de una obsesión por la ciencia-ficción y las
películas de serie B. Una vertiente también explorada al otro lado del charco
por bandas como The Cramps o B-52 y que prácticamente ha seguido hasta nuestros
días de forma más o menos soterrada.
Herederos de esa tradición son los franceses The Scaners,
que recogen por un lado la chaladura sideral de Devo o The Residents y la
ortodoxia a machamartillo del 77, tanto en la estructura frenética de muchas de
sus composiciones como en bolos apabullantes que no llegan ni a la hora pero
que asombran por su endiablada velocidad y dinamismo. Van acelerados de por sí,
por algo en su propio bandcamp definen
su música como “una banda sonora para
pilotos de ovnis y extraterrestres extraños”. En definitiva, criaturas que
no suelen merodear demasiado por la superficie.
Pero estos seres de más allá de los Pirineos ya nos habían
visitado anteriormente, en concreto la última vez incursionaron en el garito La
Nube de Santutxu, por lo que se tornaba casi obligatorio que recalaran en un
sitio con un nombre tan vinculado a las estrellas como la Nave 9. Y para
incrementar la sensación de viaje interestelar, por ahí se repartieron gafas 3D
que tenían bastante de nostalgia, pues recordaban a aquellas que se regalaban
con multitud de productos en el pleistoceno sin redes sociales de los noventa.
Con los motores a tope, The
Scaners nos introdujeron de golpe en una dimensión paralela con “Galactic
Race” y “UFO Crash”, sin parada alguna, como si fueran una suerte de Ramones
del hiperespacio. Pero a pesar de la lejanía planetaria, había algunas
costumbres que seguían siendo las mismas, como el recuerdo a los terrícolas de
Queens en forma de “one, two, three,
four” antes de cada proyectil sonoro. El combustible necesario.
No quedaba duda de la capacidad destructiva de pepinazos del
calibre de “We Want To Talk To Your Leader” y dentro del recinto se estaba
armando tal jolgorio, que incluso unos viandantes que paseaban por la zona no
pudieron evitar caer abducidos ante lo que sucedía detrás de las cristaleras.
El piloto del artefacto, a los mandos de los teclados y la voz, hasta hizo un
gesto con la mano a los curiosos para que se acercaran, una proposición de un
tipo que parecía volverse chalado sobre las tablas con su pinta extravagante a
caballo entre Captain Sensible de The Damned y Toy Dolls.
El comienzo de “X-Ray Glasses: On” recuerda en lontananza al
celebérrimo “Cars” de Gary Numan y de paso sirve para ofrecer un poco de
respiro entre tanta pieza frenética y atropellada. Una sensación que no tarda
en disiparse en “Please Abduct Me” o en la declaración de intenciones “Space
X-Ploration”. Si en estudio los sintetizadores cobran un papel relevante que
les hace peculiares dentro del género, en directo parecen olvidarse de ese
aspecto para abrazar sin problemas la ortodoxia punk y dejar traspuesto al
personal por su endiablada velocidad. Basta únicamente mirar al batería para
quedarse hipnotizado.
Y si a ello le sumamos la aportación completamente marciana
de un theremín, poco falta para concluir que dicho conglomerado no puede
proceder de ningún planeta del sistema solar. Un peculiar instrumento ante el
que algunos miembros como el guitarrista se arrodillaban, como si se tratara de
una suerte de altar al que rendir el debido culto.
Mucho de ritual cósmico poseía “No Place In Space”, mientras
que “Spin Like A Record” era otro de esos trallazos con maneras propias del
final del siglo XX, a veces uno pensaba que lo de los sintetizadores estaba
solamente para despistar, pues su fidelidad a los principios del movimiento del
77 quedaba fuera de toda duda, tanto por la estructura de sus artefactos
sónicos como por su demoledora actitud a las tablas. ¡Que nos lleven a su mundo
pero ya!
Txarly, el comandante a los mandos de la Nave 9, ofreció a
la tripulación presente en el garito rollitos de primavera antes de que el
viaje tocara a su fin, no sin que las criaturas sobre el escenario recordaran
una vez más su propósito principal, el motivo de su misión: “Abduction”. Para
que nadie se lleve a engaño.
Un “volveremos pronto”
con acento alienígena certificó su llegada a destino y para capturar el
momento e intentar que regresaran por estos lares, aunque fuera para una
chapucilla breve, Txarly pidió a la parroquia enfundarse las gafas 3D. La falta
de entusiasmo de los autóctonos provocó que el comandante arengara a la tropa
diciendo: ¡A la próxima echo droga en los
rollitos!
Las llamadas de auxilio hicieron efecto y los entes del otro
lado de los Pirineos volvieron con más ortodoxia punk salpicada de sintes
marcianos en “Levitation Train 2077” o un “Flying Fuck” a toda pastilla con
tintes de guateque sideral acelerado. Pura adrenalina.
Uno de esos bolos que se asemejan a un chupito por su escasa
duración, pero que te dejan como nuevo, con vigor necesario hasta para luchar
con organismos desconocidos procedentes de otros mundos. La abducción se había completado con éxito. Imposible
cuestionar tan indiscutible mandato. Que no pasen demasiados años luz antes de
que nuestras órbitas vuelvan a coincidir.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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