Hika Ateneo, Bilbao
Pocas cosas existen más horripilantes que la gente
catalogada de normal. Ya cantaba Morrissey que en realidad ese concepto no
existe, pues se trata de un término que depende de algo totalmente subjetivo y
que puede variar por completo de una persona a otra. Es aquella lucha
encarnizada contra el mundo exterior que encarnaba el yo romántico del siglo
XIX, una exaltación plena de los sentimientos con el ímpetu de una revolución.
La búsqueda de la libertad en todos los ámbitos.
Quizás esto último llevara a la cantautora alemana Fee Reega
a refugiarse primero en Berlín y luego en Asturias, patria de letristas
excelsos como Nacho Vegas o Jorge de Ilegales y de autores subversivos
contemporáneos como Pablo Und Destruktion. Una estación a la que llegó tras
enamorarse de nuestro país gracias a la ya mítica beca Erasmus y liarse tanto
la manta a la cabeza que acabó dejando sus estudios de literatura rusa para
dedicarse a escribir y dar conciertos. El destino de todo bohemio.
Porque estamos hablando de una persona de esas que sueña
despierta e incluso inventa palabras, un espíritu que recoge su último disco
‘Sonambulancia’ desde el mismo título y que a pesar de que se editó en 2017
todavía sigue presentando. Precisamente una de las fechas finales de la gira
recaló en el Hika Ateneo de la capital vizcaína, lugar emblemático en lo que
respecta al arte alternativo y en cuyas paredes uno puede leer hasta párrafos
de obras de Karl Marx, entre otros textos de marcada tradición obrerista o
feminista. Un altar al enriquecimiento interior.
En este contexto se presentó Fee Reega con una discreta banda tan campechana que hasta su
bajista salió a tocar en zapatillas de casa, literalmente. Fiel a su doctrina
maldita, comenzó de primeras hablando de alcohol, en concreto de “Tequila”, las
cosas importantes de verdad. Y luego no tardó en acordarse del papeo con “Tú
cocina”, dedicada a los que iban a agasajarla gastronómicamente más tarde.
Cubriendo los aspectos básicos para la supervivencia.
La chatarrería fantasmagórica de Nick Cave hizo acto de
presencia en “Niebla”, tal vez de los temas más rockeros de su material
reciente. Pero en un concierto suyo no se suelen seguir las normas
convencionales, prima el surrealismo, por lo que después del subidón eléctrico
vino un remanso de paz con “La raptora”. Un arrebato onírico para rumiar
desesperación a los que ya nos tiene acostumbrados.
La última vez que vimos a esta chica por el norte fue a
escasos metros de allí, en el barrio de Bilbao La Vieja, en un escenario en
medio de la calle y recordamos todavía su tremendo desparpajo y cómo se quedó
con la peña con las anécdotas y chistes varios que contaba. En esta ocasión se
mostró mucho más distante y concentrada en lo suyo, lo cual favoreció esa
vertiente hipnótica de muchas de sus canciones. No renunció empero al poso
noctívago que preside “La noche cae”, no en vano podría considerarse
‘Sonambulancia’ una especie de homenaje a la noche. Para caer rendido.
A pesar de su seriedad inicial, hubo también espacio para
alguna coña, como cuando agradeció al respetable, eminentemente femenino y
militante, por “hacer uhhh”. No
sabemos si será fingido o real, pero esa dicotomía suya entre dulzura y
bordería podría desarmar a cualquiera. Y en toda sesión decadente hay que
hablar de suicidios, algo que justificó porque estábamos a las puertas del fin
de semana. Hacerlo un domingo habría supuesto un grave crimen contra la
humanidad.
“El hombre que fuma heroína” es una de sus piezas que
podríamos llamar clásicas y que en realidad surgió de una frase que le dijo el
que fuera su pareja, Pablo Und Destruktion. Ahí notamos esos vestigios de
acento germánico que todavía permanecen revoloteando por ahí. De hecho, en
alguna entrevista ha contado que cuando estaba empezando su carrera y cantaba
en alemán la gente de su país natal se tomaba demasiado en serio sus canciones,
mientras que cuando le dio por traducirlas al castellano, la peña de aquí se
partía. Cuestión de humor.
Y volvió a cortar ese venirse arriba con “Cueva”, que trata
de esas cavidades subterráneas presentes por doquier en su comunidad de
adopción, Asturias. Una afición que también debía compartir con el visceral
Pablo Und Destruktion, que ya ha dado algún concierto en alguna caverna. Y “20
multas en un día” regresa al mundo terrenal con una historia basada en “un amigo gallego” al que le pasó lo que
cuenta en la letra. “Necesitamos la
velocidad”, se justificó en un arrebato de sinceridad.
Para los bises se reservó algo de transgresión con “Lolito”,
un tema nuevo que todavía no está editado, si no me equivoco, y que además
comparte título con una interesante novela de Ben Brooks, autor de reciente
hornada elogiado por el mismísimo Nick Cave. Y en “Varsovia, la ciudad” confesó
ser “una loba”, otra pieza inmensa de
las mejores de su trayectoria por su profunda desesperación y fuerza poética.
Retrato de una vida bohemia.
Pues resultó un recital muy hipnótico de una artista que
nunca deja indiferente y que constata el hecho de que las patrias y los países
son una construcción completamente arbitraria y artificial. Berlín, Madrid o
Gijón. Al final, es lo mismo. Lo que predomina es el espíritu decadente, el
malditismo no entiende de semejantes zarandajas. Y así cuando alguien te
pregunte de dónde eres, poder responder con la mayor naturalidad del mundo: “De Asturias, Alemania”.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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