Kafe Antzokia, Bilbao
Quién nos iba a decir que en pocos años nuestra escala de
valores daría tal vuelta de tortilla hasta el punto de que lo que antaño era
políticamente incorrecto hoy en día no provocaría ni el más mínimo aspaviento.
Y, al contrario, aquello que antes era tildado de casposo o de gente
exclusivamente bien ahora desata furibunda indignación, véase por ejemplo el
siempre controvertido tema de los toros o aquellas esencias patrias que nos
definen como país como la zarzuela, los pasodobles o las tapas. La lista de
asuntos que hay que evitar para no convertirse en un apestado social podría
tornarse interminable.
Mucha razón tenía el otrora líder de Gabinete Caligari,
Jaime Urrutia, cuando en una entrevista reciente afirmaba que en la actualidad
sería inconcebible una canción que hablara sobre mujeres y toros. Pero si en
algo no escatimaron nunca los responsables de ‘Camino Soria’ es en provocar al
personal, algo que ya practicaron a tope en plena transición cuando se proclamaban
“fascistas” antes de cada concierto.
No nos engañemos, hay que ser muy punk para que en tiempos de transgresión y
pelos de colores te dé por reivindicar la clase, el estilo, o “la raya del pantalón”, según decían en
“¡Caray!”.
A muchos antiguos del lugar les costaba echar la vista atrás
para recordar la última vez que Jaime Urrutia recaló en la capital vizcaína,
algunos hablaban de Bilborock hace una década, que se dice pronto. Un servidor
recuerda que hace pocos años estuvo a punto de tocar en la sala Stage, si no
nos falla la memoria, pero al final tuvieron que cancelar por los recurrentes “problemas logísticos” que otras veces
se llaman escasa venta de entradas.
Tras aquella intentona fallida, y conscientes de que un
señor castizo por los cuatro costados tampoco gozaría de un predicamento
desbordante por estas tierras, íbamos mentalizados para estar en familia,
apenas unos fans irredentos cantando sus piezas a pulmón. Pero nos sorprendimos
gratamente al encontrar a unas 400 personas en el recinto, mucho pureteo que
probablemente conocerían a Gabinete desde los 80 y que quizás desde entonces no
habían vuelto a ir a ningún bolo. Algún aguerrido con los cuellos de la camisa
por fuera había también por ahí, igual que el protagonista de la noche.
No sabemos si a sus sesenta palos a Jaime Urrutia todavía le queda algo de provocador, aunque es
evidente que por estos lares recurrir a un pasodoble a modo de introducción es
un detalle que destila autenticidad a rabiar, si nos ponen dicho género en una
boda tal vez abominaríamos por completo, pero en ese contexto nos pareció algo
sublime, único. Y si hace falta gritamos que vivan los toros. “Delirios de
grandeza” fue la escogida para iniciar un recital muy entretenido plagado de
éxitos de su banda madre y perlas selectas de su trayectoria en solitario.
No tardó en disparar la artillería más potente con “Tócala,
Uli”, que puso a la peña totalmente desatada casi desde el principio, y mantuvo
el tirón con “¿Dónde estás?” o “Mentiras”, con su característica voz sonando
impecable. Solo un fallo. Muy grande. Que un veterano de su calibre no pueda
prescindir de un atril para leer las canciones. Un elemento que, aparte de
restar visibilidad por un tubo, fundía de inmediato cualquier credibilidad.
Cubramos un tupido velo sobre este aspecto y confiemos en que a la próxima el
bueno de Don Jaime saque un rato para aprenderse las letras. Que los
aficionados ya nos las sabemos.
A tope de chulería encadenó dos pedazo himnos de Gabinete
del calibre de “Cuatro Rosas” o “Amor Prohibido”, ambos cortes podrían ser casi
la noche y el día, pues el primero es una encendida declaración de amor
mientras que el segundo rezuma puro nihilismo. Debía haber por el recinto
varios familiares de Urrutia, por lo que las dedicatorias antes de cada tema
fueron frecuentes. Nada como rodearse de los seres queridos incluso cuando uno
se sube a escena.
Hubo también recuerdo a seres celestiales como Bowie en “Mi
buena estrella”, muy realzada por los tonos profundos sin mácula del mítico
voceras, y consiguió otro de los picos de la velada con la chulapa “Al calor
del amor en un bar”, todo un elogio a los garitos de servilletas y palillos en
el suelo, lugares auténticos en un mundo globalizado que todavía provocan
escalofríos cuando un señor bigotón de los de antes te trata de usted.
No nos podemos olvidar de mencionar a Los Corsarios, la
espectacular banda que acompañaba esa noche a Jaime, con dos leyendas de La
Movida como el bajista Ambite de Los Pistones y el no menos histórico teclista
uruguayo Esteban Hirschfeld. Un tipo que allá por los sesenta fundó Los Mockers
en su país natal y luego estuvo vinculado a figuras que despuntaron tanto en
los ochenta como Nacha Pop o los propios Gabinete Caligari durante cuatro
discos antes de convertirse en escudero de Urrutia en su trayectoria en
solitario. La fidelidad no se compra.
Con unos escoltas de tal altura, muy mal se tenían que dar
piezas en solitario como “Completamente feliz” o “Vestida para mí”, tan sublime
como si la hubiera cantado Raphael, para no brillar hasta la extenuación. Y “La
sangre de tu tristeza” fue celebrada tanto por la afición que al final
arreciaron los gritos de “Jaime, Jaime”.
Muy atinada estuvo ahí la estocada con “Más dura será la caída”, enorme de
principio a fin.
El “ráscale” del comienzo
de “¡Qué barbaridad!” fue gritado antes por la parroquia y el entusiasmo no
abandonó tampoco en el estribillo. Una pieza que se nota que pertenece a otra
feliz época sin redes sociales ni gilipollez contemporánea, pues una canción
que hablara de “jacas” o soltara
cosas como “¡Qué buena que estás!”
sería censurada inmediatamente por la Inquisición moderna. Por lo menos todavía
no se han recuperado los autos de fe, aunque determinados juicios sumarísimos
no distan demasiado de esta vieja costumbre tan nuestra.
“Suite nupcial” nos recordó cómo era aquello de conocer a
una señora antes de “Camino Soria”, una pieza que siempre nos pareció un tanto
verbenera, pero que valió a Jaime para recrearse y despedirse por todo lo alto.
Con un entusiasmo tan desbordante en la sala, no tardaría en regresar, así que
lo hizo con una poética “Pecados más dulces que un zapato de raso” y luego con
la sadomaso “Golpes”, una auténtica reliquia de los inicios post punk de
Gabinete Caligari.
Y el ritmo caribeño de “La culpa fue del cha-cha-chá” desató
bailoteos pegados entre señores de la vieja escuela, mujeres y toros en un
mismo corte, toda una temeridad ante la estricta moral contemporánea. Pero los
gritos de “Jaime, Jaime” no cesaron
ni siquiera cuando desapareció por segunda vez de las tablas, imposible
aguantar tanta presión. Lástima que en esta ocasión volviera a incurrir en otro
error de principiante al repetir la castiza “Al calor del amor en un bar”, con
la de temazos que tenía todavía sin tocar, un hecho más sangrante si cabe
después de amagar con “Queridos camaradas” y desecharla porque “el grupo no se la sabe”. En fin, miel
en los labios.
Un recital muy decente de poco más de hora y media que valió
de sobra para reconciliarse con los fans del norte de Gabinete Caligari, que
vienen a ser algo casi tan marginal como los votantes de Vox, una pintoresca
afición que uno no revelaría a la primera de cambio. A pesar del vergonzoso
detalle de leer las letras, fue un verdadero triunfo del arte torero, ese que
muchos hoy en día desearían prohibir. La actitud punk era esto.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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