Sala Azkena, Bilbao
Frente a grupos con los que uno coincide casi cada dos por
tres y se puede incluso acabar harto de tanto capricho del azar, existen otros
que casi debe producirse cierta conjunción de los astros para acudir a un bolo
suyo. Unas circunstancias que obedecen a que o bien no se prodigan mucho por
estos lares o tal vez otros compromisos más apremiantes nos impiden acudir
justo ese día, algo cada vez más frecuente con la bulliciosa actividad en
directo de la capital vizcaína. Quién nos lo iba a decir hace unos años cuando
había que marcarse un kilometraje considerable para disfrutar de espectáculos
de estas características.
El irreverente cantautor sevillano Poncho K no ha escatimado
en visitas al botxo a lo largo de los últimos años y en algunas giras como la
de su séptimo redondo ‘11 palos’ hasta se ha permitido el lujo de acudir en dos
ocasiones, si no se nos escapa ninguna otra entremedias. Y eso solo puede
indicar que su propuesta sigue gozando del interés del público, por mucho que
como cualquier artista tenga también repartidos por la península sus bastiones
fuertes, así como terrenos más áridos. Se siembra por diversos lugares y luego
ya recogeremos los frutos.
Imagino que el norte no debe ser una de esas plazas en las
que llena sin proponérselo, llevábamos tiempo sin verle en directo, pero no nos
sonaba que gozara por estos lares de un predicamento desmedido. Bajo tales
expectativas, no nos sorprendió demasiado que la sala Azkena no anduviera a reventar,
aunque al final del show se pudo constatar por ahí una afluencia bastante
respetable, habida cuenta de las múltiples posibilidades que ofrecía la jornada
y de importantes citas a escasos metros de allí mismamente.
Eso de aparecer sin anunciarse previamente debía de ser una
especie de tradición no escrita, por lo que nos dijo el vocalista de Desidia, unos barakaldeses muy
competentes que le daban al rock urbano con toques de punk visceral tipo
Eskorbuto o Subversión X. Muy compenetrados y con temazos que enganchaban por
sus letras nihilistas como “1.000 batallas” o “Puñales” se antojaron un
entremés más que razonable, por mucho que no se les esperara. Deberían darse
más a conocer, todo un grupazo en las distancias cortas.
Desidia y su rock urbano con efluvios viscerales. |
Que la actitud es uno de los valores que más habría que
tener en cuenta a la hora de valorar un bolo, quedó demostrado cuando salió Poncho K y empezó a enlazar pieza tras
pieza sin aflojar lo más mínimo. Pese a que en un inicio “Er Tío Der Saco”
valió para prender la lumbre, no fue hasta “El gallo de la veleta” cuando
desató la vena guitarrera a tope, realzada además por un sonido realmente contundente
que permitía apreciar el poso poético de sus letras. Y desde luego que merecía
la pena prestar atención a ambas cosas.
“Los carniceros” reivindicó su material más reciente, con
una épica parte final recitando en plan profeta y la peña gritando “y sudor”. El ambiente subió un par de
escalones por lo menos con “Punki gitano”, que tal vez sea puro Extremoduro por
los cuatro costados, pero eso no le quita su adquirida condición de clásico a
estas alturas de su trayectoria. Algo que se confirmó por la desmedida reacción
que provocó en el personal y por una interpretación magistral que se convirtió
en uno de los picos de la velada. “Olé, esos
punkis”, dijo el sevillano a modo de agradecimiento.
Bordeó el hard rock en la espectacular intro de “Así me lo
invento”, a la par que seguía epatando con sus versos, en especial en ese
alegato final contra el tiempo en el que el voceras volvió a tornarse
mesiánico. Y en “No me sale del coño” puso de relieve su faceta más anárquica,
la de hacer lo que a uno le salga de las mismísimas partes, sin atender a
estilos, corrientes o modas pasajeras. El santo y seña de un artista
inclasificable.
Habría que relajar ánimos en algún momento y eso tocó cuando
el líder Alfonso sacó guitarra española
para arrancarse con “Laureles” y “Magia pura”, que cierra su último trabajo en
estudio, por cierto. A nosotros su vertiente flamenca tampoco es que nos
entusiasme en exceso, pero entendemos por completo la necesidad de aprovechar
algún rato para echar el freno. No tardó en recuperar ímpetu con “El último
sol” o “Arrebatos de primavera”, y aunque suponemos que esto tiene más que ver
con gustos personales, habríamos prescindido sin problemas de la infantiloide
“Manolito Caramierda”. Cuestión de opiniones.
Otro de los instantes álgidos de la noche llegó con la
punkarra “Mentiras de sal”, en la que sigue tapándose la nariz para emular la
voz de Evaristo de la versión original. “Te
quiero, pissshha”, se escuchó por ahí, que no falte el gracejo andaluz, da
igual que sea impostado. Y si ‘Cantes Valientes’ implicó un punto destacado en
la carrera del sevillano, no menos cierto resulta señalar que cabría aplicar
una categoría similar a ‘Una historia con las manos’ y a cortes como el
homónimo y “Amor a cuentagotas”, dos testimonios de que dicho álbum no ha caído
en saco roto.
Por si no lo había demostrado antes, la confianza absoluta
en lo más reciente se confirmó con “Al trote”, un corte muy digno, pese a que
tan privilegiada posición para ir despidiendo un concierto pudiera ser
discutible. Y lo mismo aplicaríamos a “De sereno”, ideal para despertar a la
parroquia, a pesar de que su halo verbenero nos produzca cierto repelús. Pero bueno,
en bolos de Poncho K está permitido despertar el perroflauta que uno lleva en su interior. No pasa nada.
Y así de un plumazo encendieron las luces y sonó por el
garito “El roce de tu cuerpo” de Platero y Tú, un himno, vale, pero no era lo
que esperaban los fieles, que seguían pidiendo bises a pleno pulmón. En esas
circunstancias, la decencia aconsejaría corresponder al respetable, aunque las
razones por las que un artista ni siquiera se inmuta ante tales gestos pueden
obedecer a múltiples causas.
Digamos en su defensa que fue un recital realmente
vertiginoso en el que se tocó todo de un tirón, sin apenas pausas ni marear la
perdiz. Un bebedor de metralla capaz todavía de escupir munición que impacte en
lo más hondo del corazón y que al tipo no se le suba lo más mínimo a la cabeza.
Como tú.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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