Teatro Arriaga,
Bilbao
El mundo de la música se halla repleto de lo que los
anglosajones llaman “guilty pleasures”,
es decir, todos aquellos gustos inconfesables cuya revelación implicaría convertirse
casi en un apestado social en determinados círculos. Ahora las fronteras entre
géneros se han tornado bastante difusas y no tenemos la cerrazón de antaño,
pero todavía quedan compartimentos estancos que en tiempos de aparente
progresía desbordante siguen vinculados a adjetivos como “casposo”, “carca”, o
directamente el siempre socorrido “fascista”,
basta que a uno le gusten los toros para que se le aplique de inmediato ese
cordón sanitario.
Si existe un estilo denostado hasta la extenuación por la
juventud y los progres de postín, ese sería el terreno de la canción
melodramática, esas piezas grandilocuentes que probablemente contaban con el
beneplácito de nuestros progenitores y que marcaban la diferencia entre el
mundo moderno y lo viejo, lo vetusto, eso que debe esconderse debajo de la
alfombra, que estamos en el 2019, joder. Pero las modas ya se sabe que son tan
cambiantes que lo que ayer se odiaba, hoy se venera con la fidelidad más
absoluta. Y si no, que se lo digan a Raphael, que hace no demasiado se
convirtió en uno de los cabezas de cartel del Sonorama, el festival indie
patrio por excelencia. Vivir para ver.
Ornamento y Delito junto a La Bien Querida. |
Con ese espíritu aperturista de reivindicación sin complejos
se montó una nueva sesión del ciclo Izar & Star alejada del universo rock y
dedicada a la canción melódica de los 70, esto es, Julio Iglesias, Mocedades,
Nino Bravo y demás. Con un par. Pese a que fuera una propuesta tan original, lo
cierto es que tampoco puede afirmarse que el recinto estuviera a reventar, un
patio de butacas concurrido, algunos sitios por el palco y muchísimos huecos
libres por ahí restaron calidez a una cita donde la emoción debería haberse
elevado a la estratosfera.
Abrieron la sesión pollavieja los guipuzcoanos Frank recordando al coloso Nino Bravo
con himnos tan mayúsculos como “América” o “Puerta del amor”, una ardua empresa
que quizás les sentara demasiado grande, aunque su vocalista femenina no lo
hizo nada mal. Pero seamos serios, afrontar con dignidad “Un beso y una flor”
no es algo al alcance de la mayoría de mortales, por lo que cualquier
comparación se queda fácilmente en agua de borrajas. Incorporaron aires
fronterizos, cierto poso rockero y ni por esas alcanzaron la desbordante
intensidad dramática de las piezas del valenciano. Un traje enorme.
Frank, tratando de ensanchar las costuras. |
Valga a modo de aclaración que Julio Iglesias siempre nos
pareció infumable desde cualquier punto de vista, por lo que ya íbamos
predispuesto negativamente acerca de lo que podrían extraer McEnroe de un repertorio tan poco
agraciado en nuestra opinión. Consiguieron, eso sí, insuflar aires diferentes a
clásicos como “La carretera”, la confesional “Un hombre solo” o la empalagosa
“Me olvidé de vivir”. El vocalista Ricardo Lezón, con su habitual gorra, tiró
de atril, lo que restó espontaneidad, y admitió que el cancionero escogido era “más difícil” de lo que parecía. Los
fans de su banda madre ya saben de sobra que en un registro atormentado es un
intérprete fuera de lo común, y aquí volvió a echar mano de los galones en “La
vida sigue igual”, donde hasta soltó un “oh
yeah” como nuestro Julito. Salvaron los muebles.
En un momento de la velada G.G. Quintanilla de Ornamento y
Delito reconoció que gracias a Javier
Corcobado muchos se habían acercado al ámbito de la canción melodramática,
entre ellos un servidor, todavía recordamos una charla con el otrora líder de
Mar Otra Vez en la que nos confesó que lo que más le gustaba era ese género y “el ruido”. Por lo tanto, este icono del
malditismo es un auténtico profesional en esas lides, a sus fieles les vendrá
de inmediato a la cabeza los dos volúmenes de sus ‘Boleros enfermos de amor’ o
las numerosas versiones tradicionales que sazonan su trayectoria, como esa
inmensa “Amigo” de Roberto Carlos a la que otorga un desbordante ímpetu.
Javier Corcobado, eterno crooner patrio. |
El denominado duque del ruido fue el triunfador absoluto de
la noche, por su profesionalidad total y su desbordante chorro de voz que dejó
al resto de oficiantes a la altura del betún. Y además fue el único, junto con
Francis, que se tomó la molestia de aprenderse las canciones para no utilizar
atril, detalle feo donde los haya y que denota un pasotismo total respecto al
repertorio escogido. Nada de eso sucedió en su tiempo en escena, emuló al
estratosférico Raphael en “Te estoy queriendo tanto”, derrochó miseria para
regalar en “Ella ya me olvidó” y para rematar recuperó el “Getsemaní” de
“Jesucristo Superstar” vía Camilo Sesto. Enorme, pateó culos.
Y todo un acto de temeridad parecía la intención de Ornamento y Delito junto a La Bien Querida de ocuparse de
Mocedades, “el grupo bilbaíno más
internacional”, en sus propias palabras. Un traje que tal vez volvió a
quedar grande a los oficiantes, pese a que destacó la alternancia de voz
masculina y femenina, con una de las protagonistas de la actuación vestida
completamente de blanco. Los atriles volvieron a restar espontaneidad mientras
trataban de llevar a su terreno ruidoso melodías impagables como “Secretaria” o
“Los amantes”, aunque con resultados más bien discretos, no fue para nada el
sumun que algunos vaticinaban, ni siquiera la parroquial “Eres tú” con la
colaboración del coloso Javier Corcobado. Aceptable tirando a irregular.
Francis de Doctor Deseo ayudando a Ornamento y Delito. |
Y por último, el concurso de Francis de Doctor Deseo añadió algo de lustre a la gala apelando a
algo tan tradicional como “Amor de hombre” antes de que les saliera la vena
moderna y fundieran todo aquello en un mar de acoples y reverberaciones que
seguramente espantaría a los espectadores más veteranos. Mocedades
deconstruido.
Pues el conjunto en general resultó un tanto desigual, con
picos y valles y un rotundo ganador como Javier Corcobado, un experto en la
materia que lleva décadas interpretando cosas de canción melódica en sus conciertos. Eso sí, aplausos mil ya
solo a la iniciativa de rendir tributo a esas tonadillas de antes que cantaban
los señores mayores o gente que no vincularíamos ni de coña al rock. Una pura
provocación hoy en día.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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