Kafe Antzokia, Bilbao
Prodigarse demasiado tiene unos riesgos evidentes. Que la
peña se canse hasta lo indecible y al final acabe desertando de puro
agotamiento. Subirse a un escenario siempre debería ser un acto extraordinario
y cuando se convierte en una rutina de funcionarios, casi lo mejor es retirarse
o quemarse a lo bonzo, si es que todavía queda algo de dignidad. Pero no,
muchos prefieren arrastrar una leyenda pretérita hasta el suelo y más allá
antes de confesar que no están en condiciones ni para mirar obras.
Hay multitud de hechos inmutables en el universo, uno de
ellos es la visita que allá por el mes de abril realizan cada año con fidelidad
religiosa al Kafe Antzokia bilbaíno los neoyorquinos The Dictators, por lo
menos aquí ese recurrente postureo de que les encanta tocar en esta zona se
torna totalmente cierto. Quizás nos aceche la amenaza del cambio climático o de
una guerra nuclear, pero el próximo 2018 Manitoba y los suyos volverán a darse
un garbeo por estos lares, es una de las pocas certezas de la vida.
Aniquilado por completo el factor sorpresa en la ecuación,
no sorprendió que pese a que finalmente se registrara una buena entrada,
tampoco se alcanzara el lleno absoluto de ocasiones precedentes. La paciencia
tiene un límite, y la cartera también, sobre todo en épocas de tanta
proliferación de conciertos como la actual. Una circunstancia que no impidió
que los habituales del rockerío bilbaíno se dejaran caer por el Antzoki contra
viento y marea, infatigables al desaliento.
Una novedad de la velada era el concurso de los madrileños Los Chicos, un entremés de lujo que ya
habíamos catado con anterioridad y que encima de las tablas se transforman en
un torbellino apabullante, capaces de llevarse por delante incluso a cabezas de
cartel. Desde el inicio su inquieto vocalista se subió a los bafles, a la
barandilla por la que se accedía al piso superior y a todo lo que pudo. Sus
otros compis, por su parte, bajaron a la arena entre los fieles para enarbolar
mástiles a modo de estandartes mientras les hacían un corro alrededor como si
realmente fueran profetas.
Tan frenéticos como Radio Birdman, se acercaron al country
macarra de unos Dead Bronco y pillaron el bidón de gasolina entonando el
inmortal “1969” de The Stooges. El que todavía no los haya visto en directo,
seguramente está desperdiciando su existencia.
Que falte un miembro original como Andy Shernoff no ha
supuesto óbice alguno para que The
Dictators sigan rulando por el planeta dando vuelta y vuelta a su repertorio
de los setenta compuesto por las joyas del protopunk ‘Go Girl Crazy’, ‘Manifest
Destiny’ y ‘Bloodbrothers’. En este caso, la expresión de vivir de las rentas,
es decir de material publicado hace casi medio siglo, se queda muy corta.
Pero a nadie le amarga un dulce y si te empiezan con un
temazo capaz de levantar a un muerto como “Master Race Rock” casi se les podría
perdonar todo. Tampoco se tiene la oportunidad de contemplar cada día a
leyendas vivas como Daniel Rey, reputado productor conocido por su trabajo con
los míticos The Ramones, ni a Ross The Boss, al que la mayoría por estos lares
asocia con su pasado aguerrido en Manowar, no eran pocos los que de vez en
cuando hacían el símbolo característico de los fanfarrones del metal.
Manitoba se mostró muy afable, en su tónica habitual, tal
vez hasta se pasó con tanta cháchara, aunque había parlamentos inevitables como
su denuncia de que el rock n’ roll está desapareciendo en los EE UU, mientras
que aquí lo apreciamos. Sorprendió que se decantaran tan temprano por un “Who
Will Save Rock N’ Roll?”, que desató de inmediato los ánimos del respetable y
demostró que a veces el poder de la muchedumbre puede llegar a multiplicarse
debido a la música. Cualquiera diría que la sala estaba a reventar.
Sin armar tanto ruido como los Sex Pistols, The Dictators ya
creían en el nihilismo allá por 1978 con “No Tomorrow” y en “Weekend”
conectaban de inmediato con las preocupaciones de gran parte de la población
decente del globo terráqueo, es decir, que llegue el finde y se vaya a cascarla
lo demás, ese es el verdadero compromiso político que merece la pena. La habrán
interpretado millones de veces en directo, pero “Baby Let´s Twist” sigue
provocando sofocos entre la afición, un hecho que Manitoba aprovechó para bajar
las escaleras y pasarse por el forro las barreras entre artistas y público para
desfasar como uno más. Esto sí que es humildad.
Como hemos dicho antes, cuando ya les has visto unas cuantas
veces se tornan bastante predecibles, pese a que en esta ocasión habían variado
ligeramente el repertorio. Lo que no recordamos desde luego eran esas
descomunales ganas de palique del voceras, que hasta le dio por relatarnos la
desigualdad congénita del sistema electoral estadounidense. Por favor, que
estamos con el cubata, si por lo menos hablaran de chicas…
Menos mal que todavía quedaban cosas inapelables como “Faster
& Louder” o “New York, New York”, todo un repertorio de clasicazos que no
desagradaría a nadie con dos dedos de frente, aunque dejaran en esta ocasión
piedras angulares del calibre de “I
Stand Tall” o la oda a la heroína de “Slow Death”. Dudo empero que nunca se
atreverían a prescindir de “Stay With Me”, donde se montó un corro fraternal
que delató el cariño que les tienen por estos lares y las gargantas se elevaron
al unísono en el estribillo. Puro amor.
Reservaron para los bises “Two Tub Man” y el consabido “Kick
Out The Jams” de MC5, bálsamo imprescindible para desenvolverse en la vida y
que jamás cansaría por mucho que la interpretaran. “40 años y siguen siendo geniales”, exclamaba un emocionado fan al
salir. Pues sí, estuvo bien, aunque para los que ya hemos coincidido con ellos
con anterioridad, nos dio un poco la impresión de que iban a piñón fijo, ponían
el piloto automático y fuera. Pero bueno, nunca viene mal una balsa a la que
aferrarse en un mar de incertidumbre.
TEXTOS Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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