jueves, 19 de septiembre de 2019

LINDA GUILALA: MISERIA A BORBOTONES


Muelle, Bilbao

Quizás las canciones tristes tienen en el fondo alguna utilidad terapéutica y sirven en realidad para elevar el ánimo. Mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que tal vez no estamos tan mal. Que hay otros que están peor. Sacralizar ese dicho popular que rezaba “consuelo de muchos, consuelo de tontos”. O puede que a algunos lo que de verdad les ponga sea regodearse en la miseria, hurgarse una y otra vez la herida supurante hasta que se desgarre. Dicen que incluso hay perturbados adictos a enamorarse, así que tampoco sería tan descabellado encontrarse con yonkis de la pena infinita.

Lo cierto es que la música de los gallegos Linda Guilala no es de la que te entran ganas de dar saltitos de alegría. Tampoco se trata de lo que uno se pondría antes de salir de fiesta. Lo suyo ha nacido para alcanzar su cénit en domingos, días lluviosos y otros momentos de inexplicable bajón que se suceden a lo largo de la existencia. Pero si Caravaggio ya comenzó a reivindicar la imperfección de la realidad como noción de belleza y movimientos artísticos como el Romanticismo ponían el énfasis en lo grotesco y monstruoso, no resulta descabellado entender que se pueda sentir verdadera atracción hacia esto de relatar las cuitas en público.


Ya hemos relatado en posts anteriores que se trataba de una semana complicada en lo que respectaba a la asistencia concertil, pero al final se consiguió una afluencia digna para un finde en el que parecía que había caído una bomba nuclear. Era aquello un concierto para tipos solitarios, de esos de cante jondo, es decir, para tararear por dentro sin molestar a nadie, aunque se pudo ver por ahí algunos freaks con la bandera gallega y hasta se coló alguna cotorra, no existe lugar inexpugnable para estas vomitivas criaturas, ni siquiera una iglesia estaría a salvo.

Con la duda de si serían capaces de recrear en directo ese colchón chirriante que se escucha en estudio, Linda Guilala oficiaron desde el inicio muy metidos en su particular mundo, completamente abstraídos de cualquier reacción que pudiera tener el respetable. Ellos a lo suyo y punto. Una actitud muy digna que choca por completo con la de los pesados que te piden palmas cada dos por tres y brasean al personal con asuntos irrelevantes que no interesan a nadie solo con el objetivo de hacerse los simpáticos. Aquí teníamos gente al natural, que gracias a su talento no necesita colocarse en tesituras tan ridículas. Viva la autenticidad.   


El burbujón sónico cristalizó con “Monstruo” o “Accidente” y recordó a sus paisanos Triángulo de Amor Bizarro, especialmente en la voz, aunque con un mayor volumen habrían incrementado la agonía existencial de sus temas. Y quizás con otra guitarra más también ganarían a la hora de recrear ese sentimiento opresivo que otorga la distorsión chirriante. A veces no resulta tan sencillo montar una descomunal maraña de ruido.

“Mucho mejor” reincidió en los habituales cánones shoegaze antes de que “Agosto” abriera de par en par el tarro de la desesperación con ínfulas muy tipo a las de los desaparecidos Odio París, no abundan las referencias de este estilo en la península. Esto era un rollo introspectivo total, pero a pesar de ello se pudo ver entre el paisanaje a peña muy emocionada, daba igual la languidez intrínseca a su propuesta.


Sin bajar de su nube lisérgica, ejecutaron un repertorio que podría ser internacional, ya que se amoldan tanto a las convenciones del shoegaze que su presencia no chirriaría desde luego en cualquier recopilatorio del género. De hecho, este bolo les pillaba a puertas de una gira europea con fechas en Alemania, Holanda o Francia, entre otros países. Todo un indicativo de que su palo parece haber calado más fuera que dentro, algo nada inaudito teniendo en cuenta la poca tradición shoegaze existente en la península.

Como si fuera un sueño, o más bien una siesta, se desvanecieron sin dar síntoma alguno de despedida, salvo por esa voluntad inquebrantable de meter ruido al final y ciertos sonidos marcianos. Regresaron al de poco con un único bis, “Abstinencia”, tal vez su mejor pieza, o una de las más desesperadas, sin duda. Un epílogo que se tornó chirriante hasta lograr que nos trasladáramos a otra dimensión. Sublime.

Ya hemos dicho que no existen demasiadas referencias patrias en este género, por lo que el mérito de estos vigueses cobra todavía mayor importancia al erigirse casi en una especie de isla dentro del panorama estatal. Un refugio a salvo de libros de autoayuda y de tazas de Mr. Wonderful. Déjennos en paz con su falso positivismo. Miseria a borbotones para todos.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


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