viernes, 6 de septiembre de 2019

THE TELESCOPES: EL ORDEN DENTRO DEL CAOS


Muelle, Bilbao

Que la música tiene mucho de ritual ya lo hemos dicho en repetidas ocasiones y es algo constatable en cualquier bolo que uno vaya. Hay una liturgia específica, con salmos establecidos de conocimiento obligado para los fieles y con una imaginería particular que puede ir desde lo más campechano de andar por casa a cotas elevadas de elegancia que realmente refuerzan la convicción de estar contemplando algo especial. Se aceptan múltiples maneras de entender la fe, que en realidad es algo muy personal.

Stephen Lawrie de The Telescopes es un tipo peculiar dentro del rollo shoegaze, se le nota nada más verle con esa pinta de eremita aislado de la civilización y con un carácter complicado que puede explotar en cualquier momento, igual que una bomba de relojería. Cuentan que la vez pasada que estuvo en Bilbao salió cabreado a tocar porque no quería compartir hotel con el resto de músicos. Toda una paradoja porque a muchos de los que recalamos allí nos pareció un bolazo de órdago, una maraña chirriante a volumen ensordecedor de esos que te deja pitido durante varios días, marca fundamental para distinguir cuando una cita ha sido antológica. Lo bonito.


Aquella noche en el Muelle, garito de moda con una programación de lo más variada e interesante este mes, quizás no machacaron tanto los tímpanos como en el piso superior del Antzoki, pero demostraron que lo suyo tampoco tiene tanto de caos como pudiera parecer a priori. Eso de la algarabía total y de la ausencia de normas a veces es más un postureo que otra cosa. Incluso en las guerras se sigue cierta lógica con curvas, rectas y trayectorias de proyectiles que pueden resultar letales.

A diferencia de la ocasión precedente, tampoco se congregaron multitudes para catar a los británicos, apenas un reducido grupo de parroquianos constataron que la temporada de conciertos todavía no ha comenzado a pleno rendimiento. Casi en familia y en penumbra oficiaron también los italianos formados en Berlín Sneers, con una vertiente anarco-ruidosa importante y una cantante muy gesticulante que de vez en cuando remitía a la chatarrería fantasmagórica de Nick Cave. Parecían unos tipos muy raros que podrían ser de una secta tipo la de Charles Manson, ahora que vuelve a estar de moda gracias a Tarantino, basta escuchar “No Man Is Poetry” para que a uno le entren ganas de degollar vírgenes o de colgarse de un árbol. Correctos.

Sneers, otros discípulos del ruido.
Y The Telescopes esta vez no salieron enfadados, sino más tranquilitos, algo que se notó asimismo en el volumen, no tan estruendoso como en el Antzoki. Eso nos permitió observar de cerca el orden dentro del caos sonoro que montaron con temas alargados a conciencia que apenas se distinguían unos de otros en un bucle infinito. Distinguir algo en todo aquello debería convalidarse con resolver jeroglíficos egipcios.

Entre la maraña sus ritmos hipnóticos y mecánicos lo mismo remitían al krautrock de Neu! que a los remansos envolventes de My Bloody Valentine, y ellos tampoco se cortaban a la hora de montar jaleo acercando lo máximo posible los instrumentos a los amplificadores y así magnificar la bola de ruido. La fusta de violín que solía sacar el bajista al principio de cada pieza hacía pensar de inmediato en The Velvet Underground o alguna marcianada de John Cale. No aptos para amantes de lo convencional.

Stephen Lawrie en pleno éxtasis ruidoso.
Pero el recital tuvo su punto interactivo, como cuando el guitarra se acercó tanto a los fieles que acabó cediendo el instrumento a un espectador de la esquina, que recibió la ofrenda poco menos como si fuera un objeto sagrado. Y luego más tarde, después de que mudaran parte de la batería en medio de la peña, un tipo del público aporreó el platillo con una precisión asombrosa mientras ellos seguían con su ruidera. Que todo el mundo contribuya a la vorágine sónica.

Las seis cuerdas esa noche sufrieron de lo lindo, pues se les arrastró por el escenario, se convirtieron en improvisado bastón con el mástil apuntando hacia abajo y hasta se estrellaron contra el suelo en un sonoro golpe que hasta dolió a un servidor. Que no se pierda el salvajismo, claro que no. Estas cosas no se ven todos los días.


 La voz hipnótica de Stephen Lawrie nos dejó como único fragmento inteligible una estrofa que decía “I remember everything” (recuerdo todo), repetida con fidelidad ritual y cierto aire místico a lo Woven Hand que podría corresponder a “Everything Turns Into You”, de su último largo ‘Exploding Head Syndrome’. Un momento de trance antes de que al hacha le diera otra venada de esas chaladas y simulara pegar con su instrumento al bajista arrodillado antes de acabar colgando la guitarra sobre un bafle. Como si fuera un jamón.

Y después del instante participativo que mencionábamos antes en el que se aporreó de manera tribal, el voceras Stephen se piró del escenario esquivando gente con toda la tranquilidad del mundo mientras nos dejaban un ensordecedor acople para deleitarnos. El señor del tambor devolvió la baqueta a las tablas sin saber muy bien qué hacer con ella mientras la peña se miraba entre sí pensando hasta cuándo se prolongaría aquel gratuito suplicio auditivo. La intervención del técnico que silenció el acople fue aplaudida como si se tratara de una estrella del rock. La transgresión del silencio.

Como hemos dicho, este recital no rasgó tanto las vestiduras como su anterior incendiaria incursión en la capital vizcaína, pero siguió molando igual su mantra de ruido y hasta ofrecieron una actuación más profesional, si se quiere. Sonará a cuadratura del círculo, pero el orden dentro del caos es posible. The Telescopes lo demostraron el otro día.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA




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