Kafe Antzokia, Bilbao
Un artista se suele comportar encima del escenario de una
manera concreta y a veces de otra muy distinta cuando se encuentra fuera de ese
elemento clave. Igual que si fueran exigencias de un guión predeterminado, hay
que ser fiel al personaje que uno mismo se ha labrado, cuidar los detalles y
que nadie se atreva a decir que salió defraudado. El malditismo, aparte de
refugio sin parangón para tímidos patológicos, siempre ha sido una
impresionante cantera en este aspecto. Una liturgia establecida que convierte
el rutinario hecho de subirse a las tablas en algo verdaderamente
extraordinario.
Pero en ocasiones las costuras del traje se deshilachan de
puro agotamiento y es necesario ampliar el enfoque, hacer borrón y cuenta
nueva, del mismo modo en que Bowie pasó del glam rock al soul sin apenas
despeinarse. Ahí es donde reside la auténtica grandeza y versatilidad. Un
camino que recorrió el propio Nacho Vegas al transitar de lo intimista a lo
colectivo, desde las odas a la cocaína hasta las canciones populistas. La
dicotomía entre cortarse las venas o levantar el puño.
Dos frentes que hasta el lanzamiento de ‘Violética’ parecían
antagónicos e irreconciliables, pecados de juventud que se irían diluyendo poco
a poco hasta que no quedara ni rastro de aquella siniestra etapa. Por fortuna,
no fue así, porque en el último trabajo del bardo asturiano se puede sentir
tanto el característico influjo decadente de Nick Cave o Tom Waits como las
tonalidades épicas de un Leonard Cohen o esa vertiente más combativa que
inauguró con el disco ‘Resituación’. El universo Vegas.
Hacía dos o tres años por lo menos que el cantautor no
recalaba en el Kafe Antzokia y se conoce que la peña lo pilló con muchas ganas,
pues se agotaron entradas y el ambiente en el interior estaba tan saturado que
ni siquiera se respetaron las escaleras al lado del escenario en las que los
fotógrafos acostumbran a realizar su trabajo. Gente abajo, arriba y en
cualquier sitio en el que uno se intentara acomodar. El tirón del que goza por
estos lares parece hasta haberse incrementado.
Tras la intro instrumental de “Actos inexplicables”, emergía
Nacho Vegas acompañado de sus
habituales colaboradores pluriempleados de León Benavente junto al ya también
clásico y siempre innovador guitarrista Joseba Irazoki (Atom Rhumba) y un
reducido coro antifascista según la costumbre de los últimos tiempos. “El
corazón helado” se transformó en un espectacular in crescendo en el que a alguno hasta se le levantó el puño al
hablar de “fascistas criminales”.
“La plaza de la Soledá” buceó entre lo más tenebroso de su
repertorio y las cadencias a lo Nick Cave pudieron apreciarse asimismo en
“Ideología”, devenida en un rock tan potente como su letra hímnica. Nacho
dedicó al respetable unas breves palabras y siguió a lo suyo adentrándose en
una faceta más intimista con “Desborde”. Lo normal sería pensar que en tal
tesitura relajada el personal acabaría amuermado, pero nada más lejos de la
realidad, los ánimos andaban por las nubes, como se pudo atestiguar en el
griterío que se levantó en “Ciudad Vampira”.
Sorprende que en esta gira recupere “Canción de palacio #7”,
una olvidada pieza sobre la explotación infantil, aunque en directo le dan tal
vuelta de tuerca que se torna hasta irreconocible, en especial en la eléctrica
parte final. Una pena que en esta línea no se anime a rescatar también “En la
ardiente oscuridad”, otro texto vitriólico en que aborda la prostitución de
lujo, o eso nos parece, pues el significado de las letras de Vegas suele causar
en ocasiones controversia.
La única alusión política del recital llegó antes de
“Crímenes cantados” cuando censuró la existencia de los Centros de
Internamiento de Extranjeros (CIEs) y afirmó que cualquier gobierno que los
permita “es un gobierno racista, criminal
y fascista”. Todo un dardo directo a los progres de postín que en realidad
nada se diferencian de la derecha en los temas fundamentales. “Morir o matar”
es otra de las gratas incorporaciones de esta gira, puro malditismo en vena
donde Nacho borda una vez más el papel de crooner
atormentado y que alcanzó sin duda uno de los picos más intensos de la velada.
El título de “maestro del dolor” no
se lo concedieron por capricho.
Otro punto destacado para los fieles del bardo es aquel
álbum que grabó junto a Bunbury llamado ‘El tiempo de las cerezas’. Ya le
habíamos visto interpretar en alguna ocasión “Secretos y mentiras”, pero en
esta ocasión volvió a tocar la fibra sensible con “La pena o la nada” y sus
emotivas alusiones a Townes Van Zandt o Katy Jurado. Pelos de punta.
“Ser árbol” retomó el poso intimista, con Nacho en un primer
momento solo a la guitarra, aunque luego se incorporara el resto de la banda. Y
se puso de nuevo la chaqueta elegante y crepuscular en “Nuevos planes,
idénticas estrategias”, que cosechó aplausos desde el primer acorde. El mantra
post apocalíptico de “Cómo hacer crac” adquirió proporciones épicas con esa
letra profética que debería estudiarse incluso en escuelas. A tomar apuntes.
“La gran broma final” se tornó todo un canto agónico, un
particular descenso a los infiernos que le podría suceder a cualquiera, con el
bardo crecido por la recepción del respetable y legando una interpretación
intensa como pocas. Y siguiendo con el desamor extremo, echaron mano de la
versión de Violeta Parra “Maldigo del alto cielo”, desesperación a mansalva
bajo el manto de un rock potente que pilló a Abraham Boba extasiado frente al
teclado y hasta encaramándose encima de él. Un broche antológico.
La ovación fue monumental, por lo que no tardaron demasiado
en regresar para los bises que inauguraron con “Las palabras mágicas”. Un
arrebato sentimental que pronto sustituyeron por lo más efectivo para paliar
tan perniciosos efectos, “Dry Martini S.A.”, otro de los aciertos que han
desempolvado en este tour. Y no se podrían marchar sin la autoafirmativa “El
hombre que casi conoció a Michi Panero”, la sublimación total del prototipo de
artista maldito, con Nacho mirando al suelo y entonando al final el estribillo
como un charlatán de circo. Que me lo quitan de las manos.
Pese a que se curraron mucho el repertorio, se echaron en
falta temazos como “La última atrocidad” o “Me he perdido”, una de las mejores
declaraciones de amor jamás escritas, pero en un recital de cerca de dos horas
sería hasta un atrevimiento poner pegas. Al contrario de lo que dice el título
de una de sus canciones más recientes, el corazón no estuvo en absoluto helado,
sino ardiente. Vino, cantares y amor, otra máxima que también se entonó hace no
demasiado.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
No hay comentarios:
Publicar un comentario