Kafe Antzokia, Bilbao
Los sesenta siempre estuvieron un poco en medio de ninguna
parte. Entre los idealizados cincuenta, década de nacimiento del rock n’ roll,
y los incendiarios setenta, que vieron en su comienzo el desarrollo del blues
progresivo y alcanzarían casi a su término la explosión del fenómeno punk que
pondría patas arriba el panorama musical durante generaciones venideras. Un
terreno inestable en el que floreció, sin embargo, el movimiento hippie, al que
le siguieron protestas estudiantiles a tenor de la Guerra de Vietnam y eventos
multitudinarios como el festival de Woodstock.
Una parte indisoluble de aquella época fue la música
psicodélica que favorecía el consumo de drogas y la exploración de la conciencia
que ya defendían Aldous Huxley y otros escritores beat como Jack Kerouac o
William Burroughs. Para algunos, ahí surgiría el germen transgresor que se
desarrollaría con total profusión a finales de los setenta, mientras que otros,
por el contrario, fecharon en ese momento cierta degeneración artística que
acabaría con la eclosión punk. Dos versiones antagónicas e irreconciliables.
Que cada cual elija la de su gusto.
Seguramente al margen de todo eso, los santurtziarras La Secta optaron por homenajear a
grupos psicodélicos sesenteros en su turno en el ciclo de versiones Izar&
Star. Una elección nada casual teniendo en cuenta que el garaje y la psicodelia
primigenia fueron una de sus influencias principales junto con el protopunk o
ese rock australiano que por estas latitudes sonaba poco menos que a chino
mandarín. Ah, y también fueron de los primeros en cantar en inglés por estos
lares, algo verdaderamente rompedor a principios de los noventa.
Hace justo un año, en ese mismo escenario del piso de arriba
del Kafe Antzoki, los de la margen izquierda confirmaron su regreso a la
actividad con la formación original de su debut ‘Blue Tales’. Y los entendidos
dicen que están en mejor forma que nunca, quizá por ello el recinto anduviera
hasta la bandera de un respetable eminentemente maduro y emocionado, que
atendía como si se tratara de una clase magistral.
Y prácticamente así fue, pues su concurso se asemejó a un
viaje sónico en el que intercalaron temas propios con cancionero ajeno, al que
en ocasiones le daban bastantes vueltas con respecto a las originales. Esas son
las revisiones que molan. Para escuchar copias fidedignas que no se desvíen ni
un milímetro de la norma ya existen otros ámbitos.
Con la homónima “Blue Tale” marcando el pistoletazo de
salida, no tardaron en sumergirse en las profundidades psicodélicas con el
“Levitation” de 13th Elevators, uno de los combos punteros del género para
marcar territorio. The Stooges eran más conocidos por su faceta protopunk, y
para muchos así pasaron a la historia, pero también poseían una vertiente
divagante que sobresalía en “We Will Fall” o cortes que se situaban en un punto
intermedio, caso de “Little Doll”, que fue la que interpretaron esa noche.
No esperábamos desde luego que condescendieran un poco a la
comercialidad con el “Tomorrow Never Knows” de The Beatles, que les quedó muy
espacial y místico, un hecho además acrecentado por un vocalista descalzo que
casi parecía que iba a entrar en trance de un momento a otro. Y otro de los
instantes mágicos de la velada que tampoco esperábamos ni por asomo resultó el
“Venus In Furs” de The Velvet Underground, donde respetaron su aire oriental
aunque pudieron recrearse con mayor intensidad en la ruidista parte final en la
que bordearon el shoegaze. Hipnótico total.
Muy potentes se pusieron en “The Beast”, con atmósfera
estridente y buena bola de sonido, mientras que “I’m Coming Home” de The
Deviants supuso un indispensable guiño para los sibaritas psicodélicos. Y
“Don’t Follow That Way” enervó a las masas por su rollo combativo tipo “Kick
Out The Jams” de MC5. “¡Queremos caña!”,
gritaba un espectador extasiado después de semejante demostración de fuerza
escénica. La respuesta vino con un “Revolution” de Spacemen 3 que por su poso
chirriante valió de sobra para mantener la atención. De hecho, la intensidad
del bolo fue ascendente a medida que se acercaban al final.
Para finiquitar la sesión, recurrieron a una de las vacas
sagradas de la historia de la música, en concreto Pink Floyd y su “Interstellar
Overdrive”, a la que despojaron de giros excesivamente enrevesados hasta
transformarla en una suerte de jam tan
blusera como ruidosa que parecía que no iba a terminar nunca. El propio
vocalista se atrevió incluso a ironizar al respecto preguntando a la
concurrencia “¿Qué hora es?”, al tiempo que seguían enfrascados en lo suyo.
En definitiva, muy buena selección de repertorio tanto
propio como ajeno y que esperemos que puedan materializar de nuevo en el
futuro, aunque eso tal vez iría en contra de la esencia misma de Izar &
Star de ofrecer recitales únicos e irrepetibles. Psicodelia en vena para abrir
las puertas de la percepción.
TEXTO Y FOTOS:
ALFREDO VILLAESCUSA
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