Kafe Antzokia, Bilbao
Expresar disgusto por la época en la que a uno le ha tocado
vivir es todo un clásico, algo que se repite cada cierto tiempo. De hecho,
apostamos a que si preguntamos por ahí acerca de la actual era contemporánea el
número de desafectos proliferará por doquier. Nadie se suele conformar con lo
que le ha caído en suerte. Y seguro que no son pocos los que añoran aquella
prehistoria en que si queríamos hablar con alguien había que llamar a un teléfono
fijo, la información se buscaba en libros o revistas y tampoco existían esos
descomunales altavoces de tonterías que son las redes sociales.
Quizás la nostalgia por aquellas costumbres carpetovetónicas
empañe asimismo la música de Yellow Big Machine, que beben indiscutiblemente de
los noventa, en particular del ruido blanco de Sonic Youth o The Jesus &
Mary Chain así como de aquella primigenia escena indie llamada “Getxo Sound” que fue pionera por estos
lares en lo de cantar en inglés. Una versatilidad de la que hacen gala en su
propia definición al considerarse “algo
más que un submarino. Son mil
caballos al galope, diez elefantes huyendo en estampida con el ritmo y la diversión de un Mardi
Gras en Nueva Orleans”. Guau. El
despiporre, en definitiva.
Pero siempre llega un momento en
el que en los garitos encienden las luces y uno entorna los ojos casi como si
se fuera a transformar en piedra en cualquier minuto. Ese instante en que uno
siente que ya no puede dedicarse a una actividad con la pasión requerida y
entonces adopta la decisión sincera, no continuar en esas condiciones ni dejar
que languidezca un bonito recuerdo igual que ciertas plantas acaban pudriéndose
en balcones ajenos por falta de atención.
Se notaba en el ambiente del
Antzoki que se trataba de un concierto de despedida, pero no porque hubiera
caras tristes ni nada de eso, sino porque proliferaba por ahí peña de grupos
amigos como Vulk o Belako, cuya cantante Cris se subiría posteriormente a
interpretar un tema con ellos. Aquello más que un funeral era un jolgorio
final, una última copa apurada antes de bajar la persiana, esa difusa frontera
que a menudo marca la diferencia entre levantarse cual persona decente o en
formato escombro. Y que nos quiten lo bailao.
Allá por nuestra juventud odiábamos
a muerte todo lo que oliera a “Getxo
Sound”, un movimiento que nos parecía tan insufrible como pedante. Pero las
cosas cambian, uno amplía sus gustos y al final termina pillando el punto a El Inquilino Comunista, que tampoco es
tan complicado después de meterse en rollos tipo los ya mentados Sonic Youth o
Pavement. Con el respetable entregado y ya ganado de antemano, no dudaron en
sumergirse entre las masas y exhibir su condición de leyendas en su ámbito, no
en vano los protagonistas de la noche dirían luego que tocar con ellos era un
auténtico “sueño”. Un abrazo
intergeneracional que a buen seguro no encontró ningún detractor.
Les hemos visto ya unas cuantas
veces en diversas circunstancias y si hay algo seguro en los bolos de Yellow Big Machine es que nunca
defraudan en las distancias cortas. Y eso lo consiguen sin grandes despliegues
técnicos ni un carisma desbordante, bueno, vale, admitimos que su voceras y
guitarrista se lo monta bien, conecta con la peña fácilmente y proporciona el
remanso de paz necesario entre tema y tema. Una gesta lograda gracias a la
música, sin mayor artificio, ese “art for
art’s sake” que proclamaban los estetas anglosajones.
La cadenciosa “Wind & Sea”
sirvió de introducción a esa despedida por todo lo alto antes de que se
pusieran nostálgicos con “The Old Days”. Unos señores mayores que parecían los
padres de los artistas observaban desde la primera fila con atención lo que allí
sucedía. Y eso era que el personal se puso a dar botes desde bien temprano, a
excepción de los tres o cuatro típicos cretinos que acuden a los conciertos a
cacarear. Un fenómeno que ya hemos mencionado en repetidas ocasiones y que no
nos cansaremos de hacerlo por inexplicable, no hablemos ya de esos especímenes
subdesarrollados que se ponen de espaldas al escenario.
“I Love It” rememoró a los Jesus
& Mary Chain de su etapa más accesible y reincidieron en el rock
alternativo noventero en “I Wish You Came Back”. La paleta estilística funcionó
a pleno rendimiento al abarcar toda su trayectoria, al tiempo que a ellos se les
notó muy motivados, en especial su bajista de ritmo incesante o ese descomunal
batería de tanta pegada que a veces hasta se tiene que levantar. Nadie diría
desde luego que aquel iba a ser su último recital.
Y “Give Me Fire” contó con Cris de
Belako, una de sus bandas hermanas, y esto no es por decir, pues hemos visto en
repetidas ocasiones a los de Munguía en primera fila pegando saltos como los
que más. Una costumbre que no se suele estilar demasiado por estos lares.
Era obligado mencionar a los que
habían sido importantes a lo largo de su carrera, en este apartado cobraba
especial relevancia su técnico Aingeru fallecido hace un año, al que dedicaron “Take
Me Back To Your Wonderful World”, así como Andrea Curruscu, que había estado
con ellos “desde el inicio”, según
aseguraron. Las piedras para no perderse con las que uno va haciendo el camino.
No se cortaron a la hora de sentir
el calor de los fieles bajando las escaleras y su vocalista hasta se ennegreció
con ese comienzo espasmódico de “brothers
and sisters” de “Under The Rainside” muy a lo Atom Rhumba que siempre
funciona en directo a tiro fijo. La tralla de “Hostieja” es otra de las
municiones indispensables que también cae a bocajarro y provoca el delirio de
la afición. ¿Pero en serio se quieren ir?
“Sin vosotros no somos nada”, reconocieron a una entusiasmada
concurrencia que respondió con los gritos de “¡Yellow! ¡Yellow!” antes de que terminaran jugando con acoples.
Las peticiones de regreso a las tablas fueron estruendosas y se materializaron
con “Peter”, “Believe It Or Not” y su himno “Conquer The World” en el que
invitaron a la peña a subir al escenario. Un macho abrió la veda y le siguieron
otros a la jungla antes de que alguna que otra chica se apuntara al fiestón y
hasta algún señor mayor para inmortalizar el evento. Como mandan los cánones.
“Nacimos
tarde para los noventa, estamos desactualizados”, afirmaron en un momento
de la noche. Y puede que sea verdad porque cuando ellos empezaron la mayoría de
sus referentes se habían separado o andaban de capa caída. Pero al igual que la
edad, esto de los géneros musicales, más que unas coordenadas determinadas,
debería ser un estado mental que no entendiera de modas pasajeras. Y que el
amarillo lo inunde todo.
TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA
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