viernes, 4 de enero de 2019

YELLOW BIG MACHINE: TARDE PARA LOS NOVENTA


Kafe Antzokia, Bilbao

Expresar disgusto por la época en la que a uno le ha tocado vivir es todo un clásico, algo que se repite cada cierto tiempo. De hecho, apostamos a que si preguntamos por ahí acerca de la actual era contemporánea el número de desafectos proliferará por doquier. Nadie se suele conformar con lo que le ha caído en suerte. Y seguro que no son pocos los que añoran aquella prehistoria en que si queríamos hablar con alguien había que llamar a un teléfono fijo, la información se buscaba en libros o revistas y tampoco existían esos descomunales altavoces de tonterías que son las redes sociales.

Quizás la nostalgia por aquellas costumbres carpetovetónicas empañe asimismo la música de Yellow Big Machine, que beben indiscutiblemente de los noventa, en particular del ruido blanco de Sonic Youth o The Jesus & Mary Chain así como de aquella primigenia escena indie llamada “Getxo Sound” que fue pionera por estos lares en lo de cantar en inglés. Una versatilidad de la que hacen gala en su propia definición al considerarse “algo más que un submarino. Son mil caballos al galope, diez elefantes huyendo en estampida con el ritmo y la diversión de un Mardi Gras en Nueva Orleans”. Guau. El despiporre, en definitiva.


Pero siempre llega un momento en el que en los garitos encienden las luces y uno entorna los ojos casi como si se fuera a transformar en piedra en cualquier minuto. Ese instante en que uno siente que ya no puede dedicarse a una actividad con la pasión requerida y entonces adopta la decisión sincera, no continuar en esas condiciones ni dejar que languidezca un bonito recuerdo igual que ciertas plantas acaban pudriéndose en balcones ajenos por falta de atención.

Se notaba en el ambiente del Antzoki que se trataba de un concierto de despedida, pero no porque hubiera caras tristes ni nada de eso, sino porque proliferaba por ahí peña de grupos amigos como Vulk o Belako, cuya cantante Cris se subiría posteriormente a interpretar un tema con ellos. Aquello más que un funeral era un jolgorio final, una última copa apurada antes de bajar la persiana, esa difusa frontera que a menudo marca la diferencia entre levantarse cual persona decente o en formato escombro. Y que nos quiten lo bailao.
 
El Inquilino Comunista, referentes del indie noventero.
Allá por nuestra juventud odiábamos a muerte todo lo que oliera a “Getxo Sound”, un movimiento que nos parecía tan insufrible como pedante. Pero las cosas cambian, uno amplía sus gustos y al final termina pillando el punto a El Inquilino Comunista, que tampoco es tan complicado después de meterse en rollos tipo los ya mentados Sonic Youth o Pavement. Con el respetable entregado y ya ganado de antemano, no dudaron en sumergirse entre las masas y exhibir su condición de leyendas en su ámbito, no en vano los protagonistas de la noche dirían luego que tocar con ellos era un auténtico “sueño”. Un abrazo intergeneracional que a buen seguro no encontró ningún detractor.

Les hemos visto ya unas cuantas veces en diversas circunstancias y si hay algo seguro en los bolos de Yellow Big Machine es que nunca defraudan en las distancias cortas. Y eso lo consiguen sin grandes despliegues técnicos ni un carisma desbordante, bueno, vale, admitimos que su voceras y guitarrista se lo monta bien, conecta con la peña fácilmente y proporciona el remanso de paz necesario entre tema y tema. Una gesta lograda gracias a la música, sin mayor artificio, ese “art for art’s sake” que proclamaban los estetas anglosajones. 


La cadenciosa “Wind & Sea” sirvió de introducción a esa despedida por todo lo alto antes de que se pusieran nostálgicos con “The Old Days”. Unos señores mayores que parecían los padres de los artistas observaban desde la primera fila con atención lo que allí sucedía. Y eso era que el personal se puso a dar botes desde bien temprano, a excepción de los tres o cuatro típicos cretinos que acuden a los conciertos a cacarear. Un fenómeno que ya hemos mencionado en repetidas ocasiones y que no nos cansaremos de hacerlo por inexplicable, no hablemos ya de esos especímenes subdesarrollados que se ponen de espaldas al escenario.

“I Love It” rememoró a los Jesus & Mary Chain de su etapa más accesible y reincidieron en el rock alternativo noventero en “I Wish You Came Back”. La paleta estilística funcionó a pleno rendimiento al abarcar toda su trayectoria, al tiempo que a ellos se les notó muy motivados, en especial su bajista de ritmo incesante o ese descomunal batería de tanta pegada que a veces hasta se tiene que levantar. Nadie diría desde luego que aquel iba a ser su último recital.


Y “Give Me Fire” contó con Cris de Belako, una de sus bandas hermanas, y esto no es por decir, pues hemos visto en repetidas ocasiones a los de Munguía en primera fila pegando saltos como los que más. Una costumbre que no se suele estilar demasiado por estos lares.

Era obligado mencionar a los que habían sido importantes a lo largo de su carrera, en este apartado cobraba especial relevancia su técnico Aingeru fallecido hace un año, al que dedicaron “Take Me Back To Your Wonderful World”, así como Andrea Curruscu, que había estado con ellos “desde el inicio”, según aseguraron. Las piedras para no perderse con las que uno va haciendo el camino.
No se cortaron a la hora de sentir el calor de los fieles bajando las escaleras y su vocalista hasta se ennegreció con ese comienzo espasmódico de “brothers and sisters” de “Under The Rainside” muy a lo Atom Rhumba que siempre funciona en directo a tiro fijo. La tralla de “Hostieja” es otra de las municiones indispensables que también cae a bocajarro y provoca el delirio de la afición. ¿Pero en serio se quieren ir?
 
Yellow Big Machine con Cris de Belako.
“Sin vosotros no somos nada”, reconocieron a una entusiasmada concurrencia que respondió con los gritos de “¡Yellow! ¡Yellow!” antes de que terminaran jugando con acoples. Las peticiones de regreso a las tablas fueron estruendosas y se materializaron con “Peter”, “Believe It Or Not” y su himno “Conquer The World” en el que invitaron a la peña a subir al escenario. Un macho abrió la veda y le siguieron otros a la jungla antes de que alguna que otra chica se apuntara al fiestón y hasta algún señor mayor para inmortalizar el evento. Como mandan los cánones.

 “Nacimos tarde para los noventa, estamos desactualizados”, afirmaron en un momento de la noche. Y puede que sea verdad porque cuando ellos empezaron la mayoría de sus referentes se habían separado o andaban de capa caída. Pero al igual que la edad, esto de los géneros musicales, más que unas coordenadas determinadas, debería ser un estado mental que no entendiera de modas pasajeras. Y que el amarillo lo inunde todo.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA


  

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