Kafe Antzokia, Bilbao
Hay palabras que casi han dejado de tener sentido en nuestra
época. ¿Qué fue de aquello que se llamaba educación y buenas costumbres?
Vestigios de otro tiempo en el que la palabra escrita en papel todavía
retumbaba cuando le daba a alguien por leer en voz alta. Nadie hablaba
siguiendo esa moda estúpida del lenguaje inclusivo y eso no constituía una
afrenta descomunal imposible de subsanar. Definitivamente, algo se torció con
el advenimiento de las redes sociales, esos púlpitos gratuitos en los que
cualquiera se puede proclamar rey de lo que sea o presidente de Venezuela y no
tardará en contar con un ejército fiel de subordinados que le rían las gracias
y tonterías.
La música soul precisamente apela a un periodo histórico en
el que la elegancia era decisiva y podía determinar la inclusión o exclusión
social de un individuo. Pequeños detalles que marcaban la diferencia. Del mismo
modo que los grupos que se entregan con obediencia ciega a los dictados del mercado
y los que en pleno siglo XXI todavía siguen creyendo a pies puntillas en el
viejo lema punki del “do it yourself”.
Que cada cual se saque sus castañas del fuego. Todo un acto revolucionario.
Mucho de rompedor posee el álbum ‘Shenobi’ de Freedonia desde
el mismo título que es un juego de palabras entre “shinobi” (ninja de videojuego), el pronombre “she” (ella) en inglés y el término “nobi” (crecimiento en japonés). Y frente a los que abogan por
producciones mastodónticas, añadamos un método de grabación analógico que ha
conseguido un sonido “orgánico, crudo y
único”, según sus propios creadores. La humilde artesanía contra las
grandes corporaciones.
Al igual que sucede con Sex Museum o The Dictators en Semana
Santa, parece existir una especie de tradición no escrita según la cual esta
banda madrileña de soul debe tocar en el Kafe Antzokia durante el primer mes
del año. Así ha sido en repetidas ocasiones y en esta ocasión no podrían
faltar, pese a que ya presentaron ese mismo trabajo a principios del 2018. Pero
su tirón sigue siendo considerable por estos lares, con una notable proporción
de respetable femenino y activista, no en vano ‘Shenobi’ está dedicado a la
liberación de la mujer.
Y así entre una mayoría aplastante de hembras empoderadas Freedonia iniciaron su espectáculo con
una intro para lucimiento exclusivo de la sección de vientos, que se apiñaron
formando un círculo, como manda la tradición en el rollo. Ni siquiera hizo
falta animar a la peña, ya se ponían en modo fiesta los interesados mientras
estiraban el formato instrumental evocando las películas de 007 y esas espías
fatales que a menudo acababan en la cama junto al protagonista. Martini
agitado, no revuelto.
Los movimientos robóticos de Maika Sitté dan su bienvenida
al escenario después de que los restantes miembros ya llevaran un tiempo
considerable metidos en faena. Sus cualidades vocales permanecen intactas desde
la última vez que la vimos y sigue oficiando a un nivel muy profesional. Como
una diosa, para entendernos.
Unos tonos que conquistaron a la mayoría femenina de la
sala, que no tardó en estallar en gritos y aplausos. Un entusiasmo que alcanzó
su punto álgido cuando la vocalista anunció que el último disco estaba dedicado
a “la mujer” y recordó a su madre de
Guinea Ecuatorial antes de dedicar “Nekopé” a “todas”, si había algún macho en la sala que no había deconstruido
su masculinidad tóxica tocaba aguantarse. Mucho más popular e inclusiva se
tornó “Hopes and Dreams”, “las esperanzas
y sueños que todos tenemos”, según explicó Maika. Y ante semejantes deseos
no cabía poner pega alguna.
“Dreaming” se antojó otra demostración de clase sin
parangón, al igual que “My World”, y no cesaron los guiños y el compadreo entre
féminas, eso que ahora llaman “sororidad”.
Las muestras de aprobación se sucedían cada dos por tres y cuando Maika levantó
el puño no fueron pocas las que le secundaron como si estuvieran en un mitin
del PCE. Pero allí no se hablaba de lucha de clases, sino que algunas
asistentes más bien parecían proponer una confrontación de sexos, que al fin y
al cabo es lo que tienen las personas y no género.
Un interludio instrumental dividió el espectáculo en dos y
no cortó ni por asomo el rollo, pues sirvió para realzar esa espectacular
sección de vientos que podría cascarse tranquilamente un concierto entero. Del
mismo modo que al inicio del bolo, en esta ocasión también se pusieron muy
peliculeros, pero recordaron esta vez a Tarantino, en concreto a su ‘Jackie
Brown’. Y los pantalones casi se nos pudieron caer al suelo cuando aquello
cristalizó en un mayúsculo “Dignity and Freedom” con ecos de ‘Django
desencadenado’ y un mar de puños levantados entre el respetable. Sin perder los
principios.
“Ojalá tuviéramos un
poquito más de dignidad y no estaríamos así”, se quejó Maika mientras
pegaba un trago a su botella de jengibre que a estas alturas del recital ya era
otra parte imprescindible del atrezzo.
“¡Es vodka!”, chilló el fotógrafo y
melómano Carlos García Azpiazu. Y en plan cachondeo pegaba “Upside Down” con su
rollito funky y aullidos desatados cuando la vocalista se rompió bailando con
unos ejercicios que tenían más de acrobacia que de danza.
Hubo incluso amago de trepar un muro invisible, quizás ese “techo de cristal” que impide a las
mujeres alcanzar lo que se proponen y no renunciaron tampoco a la familiaridad
total de los bolos íntimos cuando anunciaron que se iban y un espontáneo gritó
a la cantante “¿Dónde vas?” y ella
respondió con toda la naturalidad del mundo “Nada,
a tomar algo”. Aniquilación total de las fronteras entre artistas y
público.
“Shake Your Body” proporcionó ciertos momentos de gloria al
saxofón y sirvió para despedirse por todo lo alto mandando cantar a la peña y
acelerando al final con los puños de nuevo levantados entre el gentío. Las
ovaciones fueron tan descomunales que regresaron al de nada con “The Time Has
Come” y un alarido espectacular con el que seguro temblaron hasta los cimientos
de la sala.
Pero todavía quedaba margen para un blues de copa y puro del
estilo de “Begging You”, que provocó incluso que una exaltada gritara una
sandez del calibre de “brava”. De
sobra es conocido que utilizar la palabra “bravo”
en los tiempos que corren resulta de un opresor insoportable. Al margen de
dicha empanada ideológica, lo cierto es que Maika se desgañitó a más no poder y
demostró que a estos madrileños en directo todavía les queda dignidad a
raudales. Que no se rompa la tradición y vuelvan el próximo enero. O antes.
TEXTO: ALFREDO
VILLAESCUSA
FOTOS: MARINA ROUAN
No hay comentarios:
Publicar un comentario