viernes, 7 de junio de 2019

THE GOLD: ANIVERSARIO EN LETRAS DE ORO


Nave 9, Bilbao

Revitalizar una escena de la nada es casi siempre un milagro del que nunca se hablará lo suficiente. Levantar algo desde cero debería considerarse una proeza digna de los trabajos de Hércules de la antigüedad y cuyo éxito merecería recordarse por los tiempos de los tiempos. Pero ya se sabe cómo funciona este ingrato país que eleva a los altares a constatados ignorantes mientras que sume en el más profundo olvido a todos aquellos que realmente hicieron algo por mejorar la vida de sus congéneres. Y no nos referimos únicamente al bienestar material, sino también al intelectual o espiritual, aunque esto último sea poco menos que una utopía con la Cultura con mayúscula convertida en el pesebre del gobierno de turno.

Vamos a echar un poco la vista atrás. ¿Quién en Bilbao se acordaba de la explanada del Museo Marítimo antes de que se abriera la Nave 9? Pues nosotros lo recordamos como una especie de páramo por el que uno no se acercaba ni de casualidad, como mucho cabría esperar algún turista despistado o un tipo de esos que decide matarse lentamente corriendo cada mañana. Bastó que Txarly Romero se pusiera al frente de un olvidado garito para que cambiara el ambiente de sopetón y volviera a ejecutar ese milagro que ya obró anteriormente en el Satélite T y en La Nube de Santutxu. Llenar de peña lugares antaño inhóspitos. Como los panes y los peces, pero en plan farra. Si existiera un título de experto en despegue festivo, deberían concedérselo ya.


Por su contribución a que la capital vizcaína disfrute de una agenda de conciertos que, me atrevería a decir, no tiene parangón en el resto del Estado, el segundo homenaje de la Nave 9 era una cita obligada. El menú musical fue elegido de forma equilibrada con entrantes añejos pero contundentes, esos sabores de siempre que agradan a cualquier gourmet. Y de postre, otro plato de regusto punk, de esos de los que rebañas hasta la última miga y enseguida miras alrededor si existe la posibilidad de repetir. Una delicatesen.

Abrió la velada Marcos Sendarrubias, un rockabilly muy auténtico que desde el inicio pareció un tanto contrariado por la actitud parada de un respetable que tampoco se desvivía por su propuesta, a excepción de cuatro fieles de las primeras filas. Censuró “el RH negativo” y “la lucha de clases” y llegó a afirmar que prefería que la gente hablara a que lo “ignoraran”. Pero dejando de lado resquemores internos, lo cierto es que el tipo se lo curró bastante y demostró ser un fuera de serie en su terreno, temazos como “On The Dancefloor” o “Down To Morocco” lo atestiguaban. Un ortodoxo del rock n’ roll que en ocasiones bendecía a los parroquianos de su rollo y otras condenaba a los infiernos al pobre Phil Lynott por “mezclar con blues” el “Whisky In The Jar”, que por supuesto ejecutó de una manera bastante más tradicional que Metallica o Thin Lizzy. Una eucaristía según el rito antiguo. 

Marcos Sendarrubias, imponiendo la doctrina del rock n' roll.
 El paisanaje mutó de forma radical con The Gold, el nuevo proyecto del inquieto Kurt Baker, y los que antes andaban por delante desaparecieron por arte de birlibirloque. Otra gente ocupó ese sitio y ya entonces sí que se percibió más movimiento. A eso contribuyeron las piezas en la estela de New York Dolls, MC5 o The Stooges que factura el combo en cuestión, mucho más punk que Baker en solitario y no tan melódicos como la coalición de talentos Bullet Proof Lovers.

Adrenalina por un tubo desprende “Cranky Little Mary Anne”, junto con ese habitual regusto power pop marca de la casa del norteamericano y hasta unos coros a lo The Beach Boys. Algo que diferencia esta aventura de otras similares es que Kurt no lleva todo el peso a la voz, puesto que se reparte las labores al micro con Marky Las Vegas, que gasta un perfil mucho más macarra y decadente en la senda de Johnny Thunders o Stiv Bators. Dos visiones que encajan como si fueran diferentes caras de la misma moneda.


Pero el que de verdad desencadenaba la magia era Baker, que no tardó en pedir los consabidos “chupitous” en cuanto tuvo ocasión, una tradición que creo que le hemos visto repetir en cada visita a Bilbao. Y por cosas tan incontestables como “Fallen Angel Stroll” quizás habría que sacarles no solo un poco de priva, sino llevarles hasta a una fábrica de bebidas alcohólicas. Provocaron incluso desquiciantes movimientos en algún que otro veterano de la escena.

Subieron un peldaño con “Trouble To Trouble” y mantuvieron la posición con el pegadizo “Gimme Your Love”, donde Baker volvió a exigir remojar el gaznate, desde luego se ha empapado hasta la médula de los hábitos y costumbres peninsulares. Sacaron su faceta más clásica con “Dead Roses”, con reminiscencias stonianas desde el mismo título y riffs muy deudores del “Jumpin’ Jack Flash”, antes de todo un manifiesto power pop como “Anyway You Want It”, de los mejores temas que escuchamos, ideal para el directo.


Ya había montado buen jolgorio, pero tal vez a Txarly Romero le supiera a poco y por eso no dudó en bautizar a la parroquia con cerveza, que viene a ser algo así como el agua bendita del rock n’ roll. Podéis marchar en paz, hermanos.

Quedaba todavía munición para rematar, con un “Savage” a toda pastilla, en plan el “This Is Rock n’ Roll” de The Kids, y un “Blue Monday” más para canturrear alegremente. “Sois una panda de hijos de puta”, así aleccionó Txarly a la peña para pedir bises. Y surtió efecto, porque no tardó en regresar el supergrupo punk con “Planet Fever” y así constatar que su poderío en las distancias cortas no es ninguna broma. Que regresen en breve.

Fue un aniversario en letras de oro para enmarcar, con ambientazo y los preceptivos obsequios culinarios aptos para veganos y carnívoros, para que así nadie se ofenda. Una oferta gastronómica que se configuró con idéntico mimo a la musical. Variedad al poder. Y que el próximo año lo sigamos celebrando.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA




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