lunes, 3 de junio de 2019

AUTOMELODI: MOVIENDO EL ESQUELETO


Nave 9, Bilbao

Que vivimos un furor del revival en diversos géneros es algo evidente. Cada vez son más los que deciden rebuscar en el baúl de la abuela, quitar el olor a naftalina y ofrecer un producto nuevo que se adapte a los estándares contemporáneos, pero sin perder de vista el modelo original. Son incontables en este sentido los devotos de Black Sabbath o de Led Zeppelin desde un tiempo a esta parte, por mucho que algunos piensen que los cacareados Greta Van Fleet han inventado la rueda en este campo. Y no hablemos tampoco de los émulos de The Cure o Joy Division que pueden llegar a saturar el panorama de una manera bastante agobiante.

Pues bien, en el ámbito de la electrónica no se han quedado atrás con frecuentes incursiones en el sonido clásico de los ochenta sin pudor alguno hasta llegar en ocasiones a superar al modelo copiado. Fijarse en Depeche Mode o New Order parece un mandamiento casi obligado para el que tenga intención de hacer carrera en este terreno. El apartado visual, con camisas extravagantes, es otro de los caballos de batalla, aunque se hayan quedado las hombreras por el camino. No pasa nada, en el universo hipster se aceptan sin problemas gabardina de Colombo y zapatillas blancas, entre otros complementos.


Otro sarao de esos de perros verdes se había montado en la Nave 9 con los canadienses Automelodi, una banda que todavía le da abiertamente al tecno pop en pleno 2019, intercalando de vez en cuando algo de dark wave para no escabullirse de la modernidad. Y pese a que este rollo no se estile apenas nada por estos lares, por ahí se pudieron ver gestos completamente vintage, como esos bailes en los que parece que estás agitando las maracas de Machín o sentadillas arriba y abajo cual vídeo de aeróbic de Eva Nasarre. Que no se pierda la falta absoluta de vergüenza de los ochenta.

Calentaron el ambiente los debutantes Perky Pat, que admitieron sobre las tablas su escasa vida como grupo y que llevaban “un año” ensayando los temas que estábamos escuchando. Y si bien no desagradaban para nada, lo cierto es que les meteríamos de lleno en esa pléyade de imitadores actuales de Joy Division que proliferan como setas. Quizás todavía necesiten desarrollar más su propia personalidad y una puesta en escena que llame poderosamente la atención, tipo la de Vulk, por ejemplo. El vocalista trató de espolear al personal, pero ni por esas, ahí cada uno debería andar pensando en sus mierdas.

Perky Pat, de subidón.
 Ser un dúo electrónico y encima cantar en francés es algo que te mete de inmediato en una especie de cápsula del tiempo. Seguramente los de Automelodi lo saben y por eso lo explotan a muerte, tanto en los movimientos afectados de su vocalista como en esas bases pregrabadas que nos sumergen de inmediato en los sonidos de hace unas décadas. De vez en cuando una guitarra orgánica rompía el colchón de sintetizadores y añadía mayores matices a una paleta sónica de amplio alcance de por sí.

Eventos como este no suelen suceder en Bilbao todos los días, así que por ahí vimos a la plana mayor de aficionados locales a lo industrial y derivados, no se trataba del primer concierto que coincidíamos, algunos igual llevaban desde los ochenta por lo menos sin mover el esqueleto. Un puntazo total gozar de una oportunidad así.


Lejos del estatismo que a veces caracteriza a este tipo de grupos, su voceras se pegó buenos garbeos por el escenario, como si fuera un Dave Gahan del underground, una peculiar coreografía que encajaba cual guante con la propuesta bailonga de “Angoisses d’Orléac”, y en los momentos más marciales recordaron incluso a Dernière Volonté. Música de trance con leves ínfulas ruidistas para aguantar la resaca, lo veo.

Melodías repetitivas que lo mismo te introducían en un bucle tipo Kraftwerk que por su entusiasmado empleo de los sintes rememoraban un vídeo de A Flock of Seagulls, por lo que la variedad era evidente. Y en pleno subidón, el cantante hasta se paseó entre los fieles, un truco más adecuado para punk y otros géneros y que quizás tampoco fuera especialmente efectivo por su rollo ensimismante. Ya se sabe que cuando uno se halla de colocón, lo que menos hace falta es que te corten el tema.


Pese a su vertiente sintética, no descuidaron el aspecto orgánico con esa guitarra que enriquece muchas de sus piezas. Y en cuanto a actitud, clavaron sin duda el espíritu de los ochenta, cualquiera podría haber pensado tranquilamente que se trataba de un combo de por aquel entonces, si no fuera por la juventud de sus miembros, claro.

Un sonido de tormenta presagió el final antes de que sus ritmos ochenteros se diluyeran en un marasmo de acoples ensordecedores, como si de repente se les hubieran acabado las pilas. Lo malo de las bandas con bases pregrabadas es que el factor sorpresa o espontáneo apenas se siente, pues parece todo planeado al milímetro, sin margen para salirse del guión. Pero cuando la historia que te cuentan engancha, entretiene y no da lugar al aburrimiento,  ¿qué más se puede pedir?

Una interesante sesión retro, en definitiva, que te llevaba de lleno a ese pleistoceno sin redes sociales en el que palabras como “tronco” o “muñeca” se antojaban lo más aceptable del mundo y no ofendían a nadie. Así que, en recuerdo a los guateques de antaño de estilismos imposibles, digamos que esa noche se movió bien el esqueleto.

TEXTO Y FOTOS: ALFREDO VILLAESCUSA

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